Arkadi y Boris Strugatsky. Picnic extraterrestre --------------------------------------------------------------- TMtulo original: Piknik na obochone TraducciSn: Edith Zilli © 1977 By Arkadi y Boris Strugatsky © 1978 by EMECE Distribuidora S.A.C.I. Alsina 2062 - Buenos Aires - Argentina ISBN 145026-78 EdiciSn electrSnica de Sadrac Julio de 2000 --------------------------------------------------------------- Es preciso sacar bueno de lo malo, Pues es todo cuanto se puede hacer. Robert Penn Warren De la entrevista realizada por el enviado especial de radio Harmont al doctor Valentine Pilman, premio NSbel de fMsica 19.. - Tengo entendido, doctor Pilman, que su primer descubrimiento de importancia fue lo que ha dado en llamarse el Foco Irradiador de Pilman. - No lo creo. El Foco Irradiador de Pilman no fue el primero, ni fue importante; ni siquiera fue un descubrimiento. Por otra parte tampoco fue del todo mMo. - Debe estar bromeando, doctor. El Foco Irradiador de Pilman es un concepto corriente hasta para los escolares. - Eso no me sorprende. SegZn algunas fuentes, el Foco Irradiador de Pilman fue descubierto por un escolar. Por desgracia no recuerdo cSmo se llamaba. BZsquelo en la Historia de la VisitaciSn, de Stetson; allM estA descrito con lujo de detalles. il sostiene que el foco irradiador fue descubierto por un escolar, que fue un estudiante universitario quien publicS las coordenadas, pero que por alguna razSn desconocida, se le dio mi nombre. - SM, con cualquier descubrimiento pasan cosas sorprendentes. ¿Le molestarMa explicar a nuestros oyentes de quI se trata, doctor? - El Foco Irradiador de Pilman es la cosa mAs simple del mundo. Supongamos que hacemos girar un globo enorme y disparamos balas contra Il. Los agujeros de esas balas quedarAn marcados en la superficie en una suave curva. La base de lo que para usted es mi primer descubrimiento de importancia consiste en el simple hecho de que las seis Zonas de VisitaciSn estAn dispuestas sobre la superficie del planeta como si alguien hubiera disparado seis tiros hacia la Tierra con una pistola ubicada en algZn punto de la lMnea Tierra-Deneb. Deneb es la estrella Alfa en la constelaciSn de Cygnus. El punto espacial del que provienen los disparos, por asM decirlo, se llama Foco Irradiador de Pilman. - Gracias, doctor ¡CompaYAeros harmonitas! ¡Al fin hemos recibido una clara explicaciSn de lo que es el Foco Irradiador de Pilman! A propSsito: anteayer se cumplieron treinta aYAos de la VisitaciSn. Doctor Pilman, ¿quiere decir a sus conciudadanos algunas palabras sobre el particular? - ¿Hay algo que le interese en especial? Recuerde que yo no estaba en Harmont por entonces. - Por eso mismo serA aZn mAs interesante saber quI sintiS usted al enterarse de que su ciudad natal era el centro de una invasiSn de seres ultracivilizados provenientes del espacio. - Para serle sincero, al principio pensI que eran mentiras. Me costaba creer que pudiera pasar algo asM en nuestra pequeYAa Harmont. HabrMa sido mAs plausible en Gobi o en Terranova. - Pero al fin tuvo que creerlo. - Ah sM, al fin... - ¿Y entonces? - De repente se me ocurriS que Harmont y las otras cinco zonas de VisitaciSn... PerdSn, me equivoco: por entonces habMa sSlo otras cuatro zonas conocidas. Se me ocurriS que todas entraban en una leve curva. CalculI las coordenadas y las enviI a Naturaleza. - ¿Y no se preocupS en ningZn momento por la suerte de su ciudad natal? - La verdad es que no. Vea, aunque yo habMa llegado a creer en la VisitaciSn, no podMa convencerme de que habMa algo de cierto en esos informes histIricos sobre barrios incendiados, monstruos que devoraban selectivamente sSlo a los viejos y a los niYAos, batallas sangrientas entre los invasores invulnerables y los tanques reales, tripulados por humanos muy vulnerables, pero valientes y decididos. - TenMa razSn. Si mal no recuerdo, nuestros periodistas arruinaron bastante la informaciSn. Pero volvamos a la ciencia. El descubrimiento del Foco Irradiador de Pilman fue el primero, pero no el Zltimo, probablemente, de sus aportes al estudio de la VisitaciSn. - El primero y el Zltimo. - Pero sin duda usted se mantendrA muy al tanto de la investigaciSn internacional que se lleva a cabo en las Zonas de VisitaciSn. - SM. De vez en cuando leo los Informes. - ¿Se refiere a los Informes del Instituto Internacional de Culturas Extraterrestres? - SM. - En su opiniSn, ¿cuAl ha sido el descubrimiento mAs importante en estos Zltimos treinta aYAos? - La VisitaciSn en sM. - PerdSn, no comprendo. - La VisitaciSn, en sM, es el descubrimiento mAs importante, no sSlo de los Zltimos treinta aYAos, sino de toda la historia de la Humanidad. No importa tanto saber quiInes fueron esos visitantes. No importa saber de dSnde venMan, por quI vinieron, por quI se quedaron tan poco tiempo ni dSnde estAn desde que se fueron de aquM; lo que importa es que la humanidad ahora puede estar segura de algo: no estamos solos en el universo. Temo que el Instituto de Culturas Extraterrestres jamAs tendrA la buena suerte de hacer un descubrimiento mAs fundamental que Ise. - Lo que usted dice es fascinante, doctor Pilman, pero en realidad yo me referMa a descubrimientos y progresos de Mndole tIcnica. A descubrimientos y progresos que nuestros cientMficos y nuestros ingenieros pudieran utilizar con provecho. DespuIs de todo, muchos cientMficos famosos han sugerido que los descubrimientos hechos en las Zonas de VisitaciSn podrMan cambiar todo el curso de nuestra historia. - Bueno, yo no estoy de acuerdo con esa opiniSn. En cuanto a descubrimientos, especMficamente hablando, no caen dentro de mi especialidad. - Sin embargo usted, desde hace dos aYAos, es asesor por el CanadA de la comisiSn de las Naciones Unidas que estudia los Problemas de la VisitaciSn. - SM, pero no tengo nada que ver con el estudio de las culturas extraterrestres. En la ComisiSn, mis colegas y yo representamos a la comunidad cientMfica internacional cuando surgen dilemas al poner en prActica las decisiones de las Naciones Unidas con respecto a la internacionalizaciSn de las Zonas. Dicho en otros tIrminos: nuestra funciSn es ver que todas las maravillas extraterrestres halladas en las Zonas vayan a manos del Instituto Internacional. - ¿Hay alguien mAs que se interese por esos tesoros? - SM. - ¡Supongo que se refiere a los merodeadores! - No sI quI es eso. - AsM llamamos en Harmont a los ladrones que arriesgan la vida entrando a la Zona para llevarse todo lo que encuentran al alcance. Se ha convertido en una verdadera profesiSn. - Comprendo. Pero no, eso no estA dentro de nuestra jurisdicciSn. - Por supuesto, es cosa de la policMa. Pero me gustarMa saber quI es lo que cae dentro de su jurisdicciSn, doctor Pilman. - Hay una constante pIrdida de materiales provenientes de las Zonas de VisitaciSn que caen en manos de personas u organizaciones irresponsables. Nosotros debemos encargarnos de las consecuencias de esas pIrdidas. - ¿PodrMa explicarse mejor, doctor? - ¿Por quI no hablamos de arte, mejor? ¿No cree que a los oyentes les interesarMa conocer mi opiniSn sobre el incomparable Godi M|ller? - ¡Por supuesto! Pero antes me gustarMa terminar con la parte cientMfica. Como cientMfico, ¿no le gustarMa tener un contacto directo con los tesoros extraterrestres? - ¿CSmo le dirI? Supongo que sM. - En ese caso, ¿podemos esperar que un buen dMa los harmonitas podamos ver a nuestro famoso conciudadano en las calles de su ciudad natal? - Puede ser. 1. Redrick Schuhart, veintitrIs aYAos, soltero, ayudante de laboratorio en la divisiSn Harmont del instituto internacional de culturas extraterrestres. La noche anterior, Il y yo estuvimos en el depSsito. Ya estaba anocheciendo; yo podMa tirar el guardapolvo e ir a Borscht, a echar una o dos gotas de algo fuerte en mi organismo. Pero seguMa allM, sosteniendo la pared, con el trabajo terminado y un cigarrillo en la mano. Me morMa de ganas de fumar; hacMa dos horas que no echaba una pitada. Y Il no dejaba de dar vueltas con todo aquello. Ya habMa llenado, cerrado y sellado una caja fuerte y estaba empezando con la otra; sacaba los vacMos del transportador, los examinaba uno por uno desde todos lados (y eran bien pesados, los malditos; como siete kilos cada uno) y despuIs volvMa a ponerlos cuidadosamente en el estante. Se habMa pasado la vida peleando con esos vacMos; a mi modo de ver, sin beneficio alguno, ni para la humanidad ni para sM. En su lugar yo habrMa mandado todo al diablo desde hacMa rato para dedicarme a trabajar en otra cosa ganando lo mismo. Claro que si uno lo piensa bien, un vacMo es algo misterioso, hasta incomprensible, se podrMa decir. Yo he tenido muchos entre las manos, pero no dejo de sorprenderme cada vez que veo uno. Son sSlo dos discos de cobre, del tamaYAo de un platito y de medio centMmetro de grosor, mAs o menos, separados por una distancia de cuarenta y cinco centMmetros. Nada mAs. Nada, absolutamente, sSlo espacio vacMo. Uno puede pasar la mano por el medio y hasta la cabeza, si el asunto lo deja tan fuera de combate; no hay mAs que vacMo y vacMo; aire puro. Claro, tiene que haber alguna fuerza entre los dos, segZn creo, porque no se los puede juntar ni separarlos mAs de lo que estAn. La verdad, compaYAeros, es difMcil describMrselos a alguien que no los haya visto. Son demasiado simples; sobre todo cuando uno los mira bien de cerca y acaba por creer en lo que ve. Es como tratar de describir el vidrio: uno termina retorciIndose los dedos y diciendo malas palabras por la frustraciSn. Okey, supongamos que lo han entendido; para los que no tengan una copia de los Informes del Instituto, en cualquier nZmero hay un artMculo sobre los vacMos, con fotos y todo. Kirill llevaba casi un aYAo rompiIndose los sesos con los vacMos, yo habMa trabajado con Il desde el principio, pero todavMa no estaba muy seguro de lo que querMa averiguar: para serles sincero, no me esforzaba mucho por descubrirlo. Que primero lo descubriera Il solo; despuIs, a lo mejor, yo harMa la prueba. Por el momento sSlo entendMa una cosa: Kirill querMa averiguar, a toda costa, cSmo funcionaban esos vacMos; los perforaba con Acidos, los estrujaba en la prensa, los ponMa a fundir en el horno. AsM comprenderMa todo y lo llenarMan de vMtores y de honores: el mundo de la ciencia se estremecerMa de gozo. A mi modo de ver le faltaba mucho para eso. TodavMa no habMa llegado a nada y ya estaba agotado. Andaba como gris y callado, con ojos de perro enfermo, hasta lagrimeaba. Si se hubiera tratado de otro, yo lo habrMa emborrachado de lo lindo y lo habrMa puesto en manos de alguna chica experta para que lo desenredara. Y a la maYAana lo habrMa vuelto a emborrachar y a mandarlo con otra fulana. En un semana, ¡como nuevo!: los ojos brillantes y la cola espesa. Pero con Kirill esos remedios no servMan. Ni siquiera valMa la pena sugerirlo: no era de esos. AsM que estAbamos en el depSsito. Yo lo observaba, viendo quI mal andaba, cSmo se le habMan hundido los ojos, y sentM mAs lAstima por Il de la que habMa sentido por nadie en la vida. Fue entonces cuando decidM... No, no es que lo haya decidido, fue como si alguien me abriera la boca y me hiciera hablar. - Oye - dije -, Kirill... AllM estaba, con el Zltimo vacMo en la balanza, como si estuviera dispuesto a trepar sobre Il. - EscZchame - dije -. ¡Kirill! ¿QuI tal si encontraras un vacMo lleno, eh? - ¿Un vacMo lleno? - replicS, con cara de no entender. - SM, Tu trampa hidromagnItica, cSmo se llama..., el objeto 77 b. Tiene una especie de cosa azul adentro. Vi que empezaba a entender. Me mirS, parpadeS, y un destello de razSn, como a Il le gustaba decir, surgiS tras las lAgrimas de perro. - Un momento - dijo -. ¿Lleno? ¿Como Iste, pero lleno? - SM, eso es lo que digo. - ¿DSnde? Mi Kirill estaba curado. Ojos brillantes, cola espesa. - Vamos a fumar un cigarrillo. MetiS el vacMo en la caja fuerte, golpeS la puerta con fuerza y la cerrS con tres vueltas y media de llave; despuIs volvimos al laboratorio. Ernest paga cuatrocientos al contado por un vacMo vacMo; podrMa haberle sacado hasta la Zltima gota de jugo por uno lleno, grandMsimo hijo de puta; pero crIase o no, ni siquiera me pasS por la cabeza, porque Kirill volvMa a la vida ante mis ojos. BajS los escalones de a cuatro por vez, sin dejarme siquiera terminar el cigarrillo. Le contI todo: cSmo era, dSnde estaba y cuAl era la mejor manera de llegar hasta allM. il sacS un mapa, buscS la ubicaciSn del garaje y me lo indicS con el dedo, Inmediatamente se imaginS que era yo, por supuesto; ¿cSmo no iba a entender? - QuI perro eres - dijo, sonriendo -. Bueno, vamos a buscarlo. Lo primero que haremos a la maYAana. PedirI los pases y el equipo para las nueve y saldremos a las diez con las mejores esperanzas. ¿De acuerdo? - De acuerdo - dije -. ¿QuiIn serA el tercero? - ¿Para quI queremos un tercero? - Oh, no - exclamI -. iste no es un picnic con seYAoritas. ¿Y si te pasa algo? EstA en la Zona. Tenemos que obedecer los reglamentos. il soltS una risa breve y se encogiS de hombros. - Como quieras. Sabes mAs que yo de esto. ¡SM, seguro! Claro que sSlo estaba tratando de seguirme la corriente. Por lo que a Il concernMa, el tercero no harMa mAs que estorbar. Si Mbamos los dos solos todo saldrMa bien. nadie sospecharMa nada sobre mM. Pero habMa un inconveniente: los del Instituto no entraban de a dos en la Zona. Las reglas indican que dos trabajen mientras un tercero mira, para que pueda hablar cuando le pregunten, mAs tarde. - Por mi parte llevarMa a Austin - dijo Kirill -. Pero a lo mejor a ti no te gusta. ¿O te parece bien? - No - dije -. Cualquiera menos Austin. Puedes llevar a Austin otra vez, ¿eh? Austin no es mal tipo; tiene la mezcla exacta de valor y cobardMa, pero creo que estA condenado. Era algo que no podMa explicar a Kirill, pero lo sentMa. El hombre cree que conoce y entiende la Zona perfectamente. Esto significa que pronto va a estirar la pata. Que vaya, pero no conmigo, gracias. - Bueno, estA bien. ¿QuI te parece Tender? Tender era su segundo ayudante. Uno de esos tipos callados. que no se meten con nadie. - Es un poco viejo - dije -. Y tiene hijos. - Eso no importa. Ha ido antes a la Zona. - Bueno. Llevemos a Tender. Mientras Il se abocaba al estudio del mapa, yo fui directamente al Borscht; estaba muerto de hambre y tenMa la garganta seca. A la maYAana lleguI al laboratorio como siempre, alrededor de las nueve, y mostrI el pase. El guardia de turno era ese polaco larguirucho al que le rompM el alma el aYAo pasado, por propasarse con Guta cuando estaba borracho. - ¡QuI bien! - dijo -, Te estAn buscando por todo el instituto, Red. Lo parI en seco, muy cortIsmente. - ¿QuI es eso de "Red"? Nada de intimidades conmigo, pedazo de sueco imbIcil. - ¡Vamos, Red! Todo el mundo te llama asM. Yo estaba muy nervioso por la perspectiva de entrar a la Zona y sobrio como un pescado. Lo levantI por la correa del pecho y le dije claramente quI opinaba de Il y de quiIn descendMa por la rama materna. EscupiS en el suelo, me devolviS el pase y dijo, sin mAs amabilidades: - Redrick Schuhart, tiene Srdenes de presentarse inmediatamente al jefe de Seguridad, capitAn Herzog. - AsM me gusta mAs - dije -. Por ahM andamos. Siga es forzAndose, sargento; aZn puede llegar a teniente. Pero mientras tanto pensaba quI novedad era aquIlla. ¿Para quI me querrMa el capitAn Herzog durante el horario de trabajo? Bueno, fui y me presentI. Su oficina estaba en el tercer piso; un lindo despacho, con barrotes en las ventanas, justo como una comisarMa. Willy estaba sentado a su escritorio, fumando su pipa y escribiendo a mAquina no sI quI jerigonza. Un sargentito revolvMa el interior del archivo metAlico, en el rincSn; era nuevo; yo no lo conocMa. En el Instituto hay mAs sargentos que en el cuartel de policMa; son todos tipos robustos y saludables; no tienen que entrar a la Zona y les importan un bledo las cuestiones mundiales. - Hola - dije -. ¿Me llamaba? Willy me mirS sin verme, se apartS de la mAquina de escribir, dejS un pesado archivo sobre el escritorio y empezS a revisar el contenido. - ¿Redrick Schuhart? - El mismo - respondM. Por dentro me subMa una risa nerviosa todo era muy extraYAo. No podMa evitarlo: - ¿CuAnto hace que estA en el Instituto? - Dos aYAos y pico. - ¿Tiene familia? - Soy solo - respondM -. HuIrfano. En seguida se volviS hacia el sargento y ordenS, en tono severo: - Sargento Lummer, vaya a los archivos y traiga la carpeta nZmero ciento cincuenta. El sargento hizo la venia y desapareciS. Mientras tanto Willy cerrS el archivo con un golpe y preguntS, ceYAudo: - ¿Ha vuelto a las andadas? - ¿QuI andadas? - Ya sabe a quI andadas me refiero. AquM hay informaciSn nueva sobre usted. "AjA", pensI. - ¿De dSnde? il frunciS el ceYAo y golpeS la pipa contra el cenicero, irritado. - Eso no le importa - dijo -. Se lo advierto como si fuera un viejo amigo: deje eso, dIjelo por su propio bien. Si lo atrapan por segunda vez no va a salir a los seis meses. Y lo expulsarAn del Instituto definitivamente, entiIndalo. - Entiendo - dije -. Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es quiIn fue el malnacido que pasS el dato. Pero ya habMa dejado de mirarme; seguMa chupando la pipa vacMa y hojeando las fichas del archivo. Con eso estoy diciendo que el sargento Lummer habMa vuelto trayendo la carpeta nZmero ciento cincuenta. - Gracias Schuhart - dijo el capitAn Willy Herzog, tambiIn conocido como "El chancho" - Eso es todo lo que querMa aclarar. Puede irse. VolvM al vestuario, me puse el guardapolvo y me animI. No podMa dejar de pensar en quiIn habrMa pasado los rumores. Si provenMan del mismo instituto eran todas mentiras, por fuerza, porque allM nadie sabMa nada de mM ni habMa forma de que lo supieran. Si era un informe de la policMa, tambiIn: ¿quI podMan saber, salvo mis viejos pecados? Tal vez habMan atrapado a Cuervo. Ese hijo de perra habrMa vendido hasta la madre por salvar el pellejo. Pero ni siquiera Cuervo sabMa nada de mM. PensI y pensI, sin llegar a nada grato. Al final entrado por Zltima vez en la Zona, de noche; ya me habMa decidido a mandar todo al diablo. HacMa ya tres meses que habMa desprendido de casi todo el botMn y el dinero se me estaba acabando. Si no me habMan pescado con la mercaderMa en las manos, menos lo harMan ahora, siendo yo tan escurridizo. Pero en ese momento, justo cuando me dirigMa hacia las escaleras, se me iluminS repentinamente la cabeza, y tan claramente que volvM al vestuario, me sentI y encendM otro cigarrillo. Eso significaba que no podMa ir a la Zona ese dMa. Ni al siguiente, ni dos dMas despuIs. Significaba que esos escuerzos me tenMan otra vez entre ojos, que no me habMan olvidado; o, si me habMan olvidado, alguien se encargaba de hacerles acordar. NingZn merodeador, a menos que estuviera completamente chiflado, se arrimarMa a la Zona, sabiendo que lo vigilaban, ni con un revSlver a la espalda. Lo que me hubiera convenido en ese momento habrMa sido esconderme en el rincSn mAs oscuro. ¿Zona? ¿QuI Zona? ¡Hace meses que no voy a siquiera con pase! ¿Por quI tienen que ninguna Zona, ni molestar a un honrado ayudante de laboratorio? Lo pensI bien y decidM, casi con alivio, que ese dMa no irMa a la Zona. Pero ¿cuAl era la mejor manera de decMrselo a Kirill? Se lo dije directamente. - No voy a la Zona. ¿QuI instrucciones tienes para darme? Al principio me mirS con ojos de huevo duro, por supuesto. DespuIs pareciS entender. Me agarrS por el codo para llevarme a su pequeYAa oficina, me hizo sentar ante el escritorio y Il se instalS en el antepecho de la ventana, frente a mM. Encendimos los cigarrillos. Silencio. Al fin me preguntS, como con cautela: - ¿PasS algo, Red? ¿QuI iba a decirle? - No. No pasS nada. Ayer perdM veinte al pSker; ese Noonan es muy buen jugador, el desgraciado. - Un momento - interrumpiS -. ¿Has cambiado de idea? La tensiSn me hizo soltar un ruido ahogado. - No puedo - dije entre dientes -. No puedo, ¿entiendes? Herzog me hizo llamar a su oficina. Se quedS tieso. Puso otra vez aquella cara patItica, con ojos de caniche enfermo, Se estremeciS, encendiS otro cigarrillo con la colilla del viejo y hablo con suavidad. - Puedes confiar en mM, Red. No le dije una palabra a nadie. - Por supuesto, nadie habla de ti. - Ni siquiera hablI todavMa con Tender. Hice extender un pase a nombre de Il, pero ni siquiera le he preguntado si quiere ir. No dije nada y seguM fumando. Era extraYAo y triste. Ese hombre no entendMa nada. - ¿QuI te dijo Herzog? - Nada en especial. Alguien pasS el dato, eso es todo. il me echS una mirada extraYAa, se bajS del antepecho y empezS a pasearse, mientras yo hacMa anillos de humo en silencio. Lo sentMa por Il, naturalmente, y lamentaba que las cosas no hubieran salido mejor. ¡Vaya cura la que habMa encontrado para la melancolMa de Kirill! ¿Y de quiIn era la culpa? MMa; habMa ofrecido una galletita a un nene, pero la galletita estaba escondida en un lugar custodiado por hombres malos... De pronto Il dejS de pasearse y se acercS a mM. MirS de soslayo hacia cualquier parte y murmurS: - Escucha, Red, ¿cuAnto costarA un vacMo lleno? Al principio no entendM; pensI que tenMa esperanzas de comprar alguno. ¿DSnde lo iba a conseguir? Tal vez Ise fuera el Znico del mundo; ademAs Il no debMa tener tanta plata como para comprarlo. ¿De dSnde pensaba sacarla? Era un cientMfico extranjero, ruso, para colmo. De pronto comprendM. ¿AsM que el malnacido pensaba que yo lo estaba haciendo por plata? "GrandMsimo tal por cual", pensI, "¿por quI me tomas?" AbrM la boca para decMrselo, pero la volvM a cerrar. Porque en realidad, ¿por quI iba a tomarme? Un merodeador es un merodeador. Cuanta mAs plata, mejor. Se juega la vida por plata. TenMa derecho a pensar que el dMa anterior yo habMa tirado la lMnea y ahora la estaba recogiendo, tratando de subir el precio. La idea me dejaba mudo. Y Il seguMa mirAndome intensamente, sin parpadear. No habMa disgusto en sus ojos, sino una especie de comprensiSn, me parece. Al fin se lo expliquI, con calma. - De los que entran con pase, nadie ha llegado hasta el garaje todavMa. No hay caminos. TZ lo sabes. En cuanto volvamos de la Zona ese Tender le va a contar a todo el mundo que fuimos directamente al garaje, recogimos lo que querMamos y volvimos en seguida. Como si fuIramos al depSsito. Entonces todo el mundo se darA cuenta de que sabMamos de antemano lo que buscAbamos y dSnde estaba. Eso quiere decir que alguien nos lo dijo. Y de nosotros tres, ¿quiIn puede haber estado allM? No hace falta decirlo. ¿Comprendes lo que me espera? TerminI mi discursito. Nos miramos fijamente a los ojos, sin decir nada. De pronto Il juntS las manos, con ruido se las frotS y anunciS cordialmente: - Bueno, tZ no podrAs ir, comprendo. No voy a juzgarte, Red. IrI solo. Tal vez me vaya bien. No serA la primera vez. TendiS el mapa sobre el antepecho de la ventana y se apoyS en las manos para inclinarse sobre Il. Toda su cordialidad pareciS evaporarse ante mis ojos. Le oM musitar: - Cuarenta metros, cuarenta y uno, podrMa ser, y tres hasta llegar al garaje. No, no llevarI a Tender. ¿QuI te parece, Red? ¿Dejo a Tender? DespuIs de todo tiene dos hijos. - No te dejarAn ir solo. - Me dejarAn - murmurS -. Conozco a todos los sargentos y a los tenientes. ¡No me gustan esos camiones! Llevan treinta aYAos expuestos a los elementos y parecen nuevos. A cinco metros de allM hay un envase de gasolina y estA completamente herrumbrado, pero los camiones parecen reciIn salidos de la fAbrica. ¡AsM es la Zona! ApartS la vista del mapa y mirS por la ventana. Yo tambiIn lo hice. Los vidrios de nuestras ventanas son gruesos y emplomados. Y mAs allA... la Zona. AllM estA, corno si bastara con estirar la mano para tocarla. Desde el piso trece es como si uno pudiera recogerla en la palma de la mano. A simple vista parece una extensiSn de tierra como cualquier otra. El sol brilla sobre ella como en cualquier rincSn del planeta. DarMa la impresiSn de que nada ha cambiado mucho en ella; todo estA como hace treinta aYAos. Mi padre, que en paz descanse, no encontraba nada fuera de lugar cuando la miraba, salvo que preguntara, tal vez, por quI no habMa humo en la chimenea de la planta. ¿HabMa una huelga o algo asM? El metal amarillo se amontonaba en forma de conos, los altos hornos brillaban bajo el sol; habMa rieles, rieles y mAs rieles, y una locomotora con vagonetas sobre los rieles. En otras palabras, una ciudad industrial. Pero sin gente, ni viva ni muerta. AllM estaba tambiIn el garaje: un largo intestino gris con las puertas abiertas de par en par. Los camiones estaban estacionados en un sitio pavimentado, junto a Il. Kirill tenMa razSn con respecto a aquellos vehMculos: la cabeza le funcionaba bien. ¡Y pobre del que se metiera entre dos camiones! HabMa que dar la vuelta por alrededor. Hay una grieta en el asfalto, si es que las zarzas no la han cubierto aZn. Cuarenta metros. ¿Desde dSnde contaba? Oh, probablemente desde el Zltimo poste. TenMa razSn, la distancia no era mayor; esos cientMficos tragalibros iban progresando. HabMan trazado toda la ruta hasta el vaciadero de basuras, y bien trazada. AllM estaba la fosa donde habMa caMdo Zalamero, a dos metros de. la ruta. Nudillos habMa avisado a Zalamero: "Mantente tan lejos de las fosas como puedas, o no quedarA de ti ni siquiera un resto que podamos enterrar". Cuando mirI en el agua no habMa nada. AsM son las cosas de la Zona: si uno vuelve con botMn, es un milagro; si vuelve vivo, es un triunfo; si la patrulla no le acierta ningZn disparo, es un golpe de suerte. En cuanto a todo lo demAs, es el destino. Al mirar a Kirill notI que me observaba secretamente. Fue la expresiSn de su cara la que me hizo cambiar de idea. "Al diablo con todos", pensI; "al fin y al cabo, ¿quI me pueden hacer estos esfuerzos?" No hacMa falta que me dijera nada, pero lo hizo. - Ayudante de laboratorio Schuhart - dijo -. Fuentes oficiales (y lo repito: oficiales) me han inducido a creer que convendrMa realizar una inspecciSn del garaje, que podrMa ser de gran valor cientMfico. Sugiero que lo hagamos. Garantizo una bonificaciSn. Y sonriS, luminoso como el sol del verano. - ¿QuI fuentes oficiales? - preguntI, sonriendo a mi vez como un tonto. - Son confidenciales, pero a ti puedo revelArtelas - dijo, frunciendo el ceYAo -. Digamos que me lo dijo el doctor Douglas. - Oh, el doctor Douglas. ¿QuI doctor Douglas? - Sam Douglas - respondiS Il, secamente -. MuriS el aYAo pasado. Se me erizS la piel. ¿QuiIn se atreve a hablar de esas cosas antes de ponerse en marcha? ¡Estos tragalibros! Uno puede darles por la cabeza con un mazo y no entienden. AplastI la colilla en el cenicero y dije: - EstA bien. ¿DSnde estA ese Tender? ¿Hasta cuAndo tenemos que esperarlo? En otras palabras, no volvimos a tocar el tema. Kirill telefoneS a Transportes y pidiS una cabina voladora. Mientras tanto yo estudiaba el mapa; no era malo; se trataba de un proceso fotogrAfico, una vista aIrea muy ampliada. Se veMan hasta los picos de la cubierta que estaba junto a los portones del garaje. Si los merodeadores pudieran hacerse de un mapa asM... Pero no servirMa de mucho por la noche, cuando ni siquiera las estrellas iluminan y uno no se ve ni los dedos de la mano. En ese momento entrS Tender. Estaba rojo y sin aliento; tenMa la hija enferma y habMa ido a buscar un mIdico. Se disculpS por haber llegado tarde. Bueno, le entregamos el regalito: los tres Mbamos a entrar en la Zona. En el primer momento hasta dejS de jadear y de bufar, de puro miedo. - ¿CSmo que a la Zona? - dijo -. ¿Y por quI yo? Sin embargo recuperS la respiraciSn en cuanto le dijimos que habMa doble bonificaciSn y que Red Schuhart irMa tambiIn. Al fin bajamos al "boudoir" y Kirill fue a buscar los pases. Se los mostramos a otro sargento, que nos entregS trajes especiales. En realidad son cosas muy prActicas; si uno los tiYAera de cualquier color, menos el rojo que tienen, cualquier merodeador pagarMa gustosamente unos quinientos por uno de ellos, sin parpadear siquiera. Yo jurI hace tiempo que un dMa cualquiera encontrarMa el modo de hacerme de uno. A primera vista no parecen nada extraordinario; algo asM como un traje de buceo con un casco en forma de burbuja, provisto de visor. En realidad no es exactamente un traje de buceo; mAs bien se parece al de los pilotos de estatorreactores o al de los astronautas. Era liviano, cSmodo, sin ninguna costura, y no hacMa sudar. Con un trajecito como Ise uno podMa caminar entre el fuego y el gas, Dicen que ni siquiera las balas lo perforan. Claro que el fuego, las armas y el gas mostaza son todas cosas humanas y terrAqueas; en la zona no hay nada de eso. Y de cualquier modo, para decir la verdad, la gente cae como moscas con traje o sin Il. Eso sM, tal vez sin trajes morirMan muchos mAs. Esos equipos ofrecen un cien por ciento de protecciSn contra la pelusa ardiente, por ejemplo, y contra la col del diablo escupidera... Bueno. Nos pusimos los trajes especiales. Yo volquI en el bolsillo de la cadera las tuercas y los tornillos que llevaba en una bolsa, y todos cruzamos el patio del Instituto hacia la entrada de la Zona. AsM lo establecMa la rutina, para que todos vieran a los hIroes de la ciencia que depositaban la vida en el altar de la humanidad, del conocimiento y del EspMritu Santo, amIn. Y sin duda alguna, desde el piso quince hasta la planta baja habMa caras solidarias que nos observaban. No nos faltaba mAs que un agitar de paYAuelos y una orquesta. - ¡Arriba! - dije a Tender -. ¡Saca pecho, gordinflSn! ¡La humanidad te estarA eternamente agradecida! Cuando se dio vuelta a mirarme comprendM que no estaba de humor para bromas. Y tenMa razSn, no era momento para hacer chistes. Pero cuando uno va a entrar en la Zona puede llorar o bromear... y yo nunca llorI, ni siquiera de niYAo. MirI a Kirill; Il soportaba bien la tensiSn, pero movMa los labios corno si estuviera rezando. - ¿Rezas? - preguntI -. Reza, reza. Cuanto mAs se entra en la Zona mAs cerca se estA del ParaMso. - ¿QuI? - ¡Reza! - gritI -. Los merodeadores son los primeros en la cola hacia el ParaMso. Con una sZbita sonrisa, me palmeS la espalda como diciendo: "No tengas miedo, nada pasarA mientras estIs conmigo, y si pasa... Bueno, sSlo se muere una vez", QuI tipo simpAtico es, de veras. Mostramos nuestros pases al Zltimo de los sargentos, sSlo que en esa oportunidad, para cambiar, era un teniente. Lo conozco; el padre vende losetas para tumbas en RexSpolis, allM nos esperaba la cabina voladora; los muchachos de Transporte la habMan dejado en el pasillo. TambiIn esperaban allM todos los demAs: el equipo de primeros auxilios, los bomberos y nuestros valientes guardianes, nuestros temerarios salvadores: un puYAado de tontos sobrealimentados dentro de un helicSptero. ¡OjalA no los hubiera visto nunca! En cuanto subimos a la cabina, Kirill se hizo cargo de los mandos, diciendo: - Okey, Red, tZ guMas. BajI tranquilamente la cremallera del pecho y saquI una petaca; tomI un trago largo antes de volver a guardarla. Sin eso no puedo. He estado muchas veces en la Zona, pero sin eso... no, no puedo. Los dos me miraban, esperando. - Bueno - dije -, no les ofrezco porque es la primera vez que salimos juntos y no sI quI efecto les causa. Trabajaremos de este modo: lo que yo diga, ustedes lo harAn inmediatamente y sin preguntas. Si alguien comienza a dar vueltas o a hacer preguntas le tirarI con lo primero que encuentre a mano. Quiero pedirles disculpas desde ahora. Por ejemplo: seYAor Tender, si te ordeno caminar en cuatro patas levantarAs inmediatamente ese culo gordo y harAs lo que te digo. Y si no lo haces, quiIn sabe si volverAs a ver a tu enfermita. ¿De acuerdo? Pero yo me encargarI de que vuelvas a verla. - No te olvides de darme las Srdenes - bufS Tender, enrojecido, sudoroso, mordisqueAndose los labios -. CaminarI de panza, no en cuatro patas, si es preciso. No soy novato. - En lo que a mM respecta los dos son novatos - dije -. Y no me olvidarI de dar las Srdenes, no se preocupen. A propSsito, ¿sabe manejar cabinas? - Sabe - dijo Kirill -. Maneja bien. - Bueno, de acuerdo. AquM vamos. Buen viaje. Bajen las viseras. Poca velocidad, en lMnea recta a lo largo de los postes, altura tres metros. En el poste veintisiete, alto. Kirill elevS la cabina a tres metros y avanzamos a marcha lenta. Me volvM sin que nadie se diera cuenta para escupir sobre el hombro izquierdo. Vi que la patrulla de rescate habMa trepado al helicSptero; los bomberos estaban en posiciSn de firme, por puro respeto y el teniente de la puerta nos hacMa la venia, el imbIcil; sobre todo aquello flameaba el enorme y desteYAido estandarte: "Bienvenidos, Visitantes" Tender parecMa a punto de responder a los saludos, pero le di tal codazo en las costillas que inmediatamente descartS cualquier ceremonia. ¡Ya te enseYAarI a decir adiSs! ¡Ya te tocarA decir adiSs! Y partimos. El Instituto estaba a nuestra derecha; el Cuartel de la Peste, a nuestra izquierda. AvanzAbamos de poste en poste bien por el medio de la calle. HabMan pasado siglos desde la Zltima vez que alguien caminara o manejara por esa calle. El asfalto estaba todo resquebrajado y habMa pastos en las grietas, pero siquiera se trataba de nuestro pasto, el humano. En la acera izquierda crecMan zarzas negras; los lMmites de la Zona eran bien visibles: los pastos negros terminaban en el cordSn como si los hubiesen podado. SM, aquellos visitantes eran educados; revolvieron un montSn de cosas, pero al menos se marcaron lMmites bien establecidos. Ni siquiera la pelusa incendiada llegaba a nuestro sector de la Zona, aunque cualquiera dirMa que con un viento fuerte podMa llegar. Las casas en los Cuarteles de la Peste estaban descascaradas y muertas; las ventanas, sin embargo, no estaban rotas, pero sM tan sucias que no se veMa nada. A la noche, cuando uno pasaba furtivamente por ahM, se veMa un resplandor allM dentro, como de alcohol que ardiera con llamas azules. Es la jalea de brujas que se filtra por los sStanos. Si uno mira al descuido se lleva la impresiSn de que es un barrio como cualquier otro, de que las casas son como todas, aunque necesiten algZn arreglo, pero eso no es nada extraYAo. Lo Znico extraYAo es que no hay gente por allM. En aquella casa de ladrillos, ya que estamos en el tema, vivMa nuestro profesor de matemAticas; le llamAbamos La Coma. Era aburrido, un fracasado; la segunda esposa lo abandonS justo antes de la VisitaciSn; la hija tenMa cataratas en un ojo y nosotros nos burlAbamos de ella hasta hacerla llorar, me acuerdo. Cuando comenzS el pAnico, Il y los otros vecinos corrieron al puente en ropa interior, tres millas, sin parar. El pasS mucho tiempo enfermo con la peste; perdiS toda la piel y las uYAas. Se enfermaron casi todos los que vivMan en ese barrio; por eso lo llamamos el Cuartel de la Peste. Algunos murieron; los viejos, en su mayorMa, y no fueron muchos. Por mi parte, creo que no los matS la peste, sino el miedo. Era terrorMfico. Todos los que vivMan allM cayeron enfermos. Y la gente de tres barrios quedS ciega. Ahora esas Zonas se llaman Primer Cuartel de Ciegos, Segundo Cuartel de Ciegos, etcItera. No es que hayan quedado ciegos por completo, pero sM con una especie de ceguera nocturna. A propSsito, dicen que eso no fue consecuencia de ninguna explosiSn, aunque explosiones hubo muchas; dicen que fue un ruido fuerte. Dicen que de tan fuerte perdieron inmediatamente la vista. Los mIdicos les dijeron que era imposible, que trataran de recordar, pero ellos insistMan en que fue un trueno lo que los cegS. Lo raro es que nadie mAs oyS ese trueno. SM, era como si allM no hubiera pasado nada. HabMa un kiosco de vidrios, intacto. Un cochecito de bebI en la entrada de una casa; hasta las sAbanas parecMan limpias. Pero las antenas estropeaban el efecto: todas estaban cubiertas por una cosa peluda que parecMa algodSn. HacMa rato que los tragalibros venMan rompiIndose los sesos con ese asunto del algodSn. QuerMan examinarlo, ¿entienden? No habMa nada parecido en otros lugares, sSlo en el Cuartel de la Peste y sSlo en las antenas. MAs aZn: lo tenMan precisamente allM, bajo las ventanas. Al fin tuvieron una idea luminosa: desde un helicSptero bajaron un ancla sujeta por un cable de acero y engancharon un trozo de algodSn. En cuanto el helicSptero tirS, se oyS un "psst", y vimos salir humo de la antena, del ancla y del cable. Pero el cable no se limitaba a humear: siseaba ponzoYAosamente, como una serpiente de cascabel. Bueno, el piloto no era ningZn tonto (por algo habMa llegado a teniente); en seguida se imaginS lo que pasaba, soltS el cable y saliS a toda velocidad. AllM estaba el cable, colgando casi hasta el suelo, cubierto de algodSn. AsM llegamos al final de la calle, donde debMamos girar, fAcilmente y sin problema. Kirill me mirS: ¿doblaba? Le indiquI por seYAas que lo hiciera bien despacio. Nuestra cabina doblS, avanzando lentamente por sobre los Zltimos centMmetros de tierra humana. La acera se estaba aproximando y la sombra de la cabina caMa sobre las zarzas. Listo. ¡EstAbamos en la Zona! SentM un escalofrMo. Siempre siento el mismo escalofrMo. Y nunca sI si es la Zona que me saluda a mis nervios de merodeador que se ponen en funcionamiento. Siempre digo que cuando vuelva preguntarI a los otros si ellos sienten lo mismo, pero siempre me olvido. Bueno, asM que Mbamos avanzando silenciosamente sobre los antiguos jardines. El motor canturreaba parejo bajo nuestros pies, tranquilo; a Il nada lo preocupaba, nada podMa hacerle mal allM. Y entonces el viejo Tender se nos vino abajo. TodavMa no habMamos llegado al primer poste cuando comenzS a parlotear. Todos los novatos suelen hablar como si les dieran cuerda cuando llegan a la Zona. Le castaYAeteaban los dientes, le palpitaba el corazSn, le fallaba la memoria; se sentMa avergonzado, pero de cualquier modo no podMa dominarse. Creo que es como cuando nos chorrea la nariz: no depende de nosotros: chorrea y chorrea. ¡Y quI tonterMas dicen! Comentan el paisaje, expresan sus puntos de vista sobre los Visitantes o hablan de cosas que no tienen nada que ver con la Zona. Como Tender, que se puso a charlar sobre su nuevo traje sin poder parar. CuAnto le habMa costado, quI buena era la tela, y los botones nuevos que le habMa puesto el sastre... - CAllate. Me mirS patIticamente, hizo un puchero y siguiS: cuAnta seda habMa hecho falta para el forro. Los jardines ya habMan terminado; por debajo de nosotros estaba el baldMo que antes se usaba como basurero municipal. SentM una ligera brisa. Pero no habMa viento, nada de viento. De pronto sentM un soplo fuerte; los pastos sueltos rodaron y me pareciS oMr algo. - ¡CAllate, idiota! - dije a Tender. No, no podMa callarse. Ya andaba