tro espacio. Valentine suspirS profundamente y concluyS: - En pocas palabras, los objetos de este segundo grupo no tienen aplicaciSn alguna para la vida humana actual, aunque desde un punto de vista puramente cientMfico son de una importancia fundamental. Son respuestas que nos han caMdo del cielo antes de que pudiIramos plantearnos las preguntas. Tal vez Sir Isaac no habrMa podido desentraYAar los LAser, pero al menos habrMa comprendido que son posibles y eso habrMa tenido una gran influencia en su criterio cientMfico. No quiero entrar en detalles, pero la existencia de objetos tales como las trampas magnIticas, el K-23 y el anillo blanco ha invalidado muchas de nuestras teorMas recientes, para aportar ideas completamente nuevas. Y todavMa hay un tercer grupo. - SM - dijo Noonan -, la jalea de brujas y otras mercaderMas. - No, no. Esos pueden entrar en la primera o en la segunda categorMa. Hablo de objetos de los que no sabemos nada o tenemos sSlo conocimientos de oMdas. Esas cosas que los merodeadores nos sacaron bajo nuestras narices, para venderlas Dios sabe a quiIn, o para esconderlas. Cosas de las que nadie habla. Cosas que se han convertido en leyendas, o casi, La MAquina de los deseos, Dick el Vagabundo y los fantasmas alegres. - ¡Un momento! ¿QuI es todo eso? Lo de la mAquina de los deseos mAs o menos lo imagino, pero... Valentine se echS a reMr. - Ya ve que tambiIn nosotros tenemos nuestro vocabulario comercial. Dick el Vagabundo... es el hipotItico osito a cuerda que hace estragos en la vieja planta. Y el fantasma alegre es cierta peligrosa turbulencia que se produce en algunos sectores de la Zona. - Primera vez que los oigo nombrar. - ¿Comprende, Richard? Hace veinte aYAos que escarbamos en la Zona, pero todavMa no sabemos ni la milIsima parte de lo que contiene. Y si vamos a hablar de los efectos de la Zona sobre el hombre... A propSsito, al parecer vamos a tener que agregar otra categorMa, un cuarto grupo. No de objetos, sino de efectos. Este grupo ha sido vergonzosamente descuidado aunque, en lo que a mM ataYAe, hay hechos de sobra para investigar. A veces, Richard, a veces se me ponen los pelos de punta cuando pienso en esos hechos. - Los zombies - propuso Noonan. - ¿QuI? Oh, no, eso es meramente enigmAtico. CSmo le dirI... Es algo que al menos podemos imaginar. Me refiero cosas que comienzan a pasar sZbitamente, sin motivos; fenSmenos ni fMsicos ni biolSgicos. - Ah, se refiere a los emigrantes. - Exactamente. La estadMstica es una ciencia muy precisa, como usted sabe, aunque se maneja con sucesos de azar. AdemAs es una ciencia elocuente y bella. Valentine parecMa estar achispado. Hablaba mAs alto, se le subido el color a las mejillas y las cejas asomaban por encima de sus anteojos ahumados, convirtiIndole la frente en una tabla de lavar. - Me gustan los abstemios - dijo Noonan. - ¡No se me salga del tema! - dijo Valentine -. Oiga, ¿quI puedo decirle? Es muy extraYAo. AlzS la copa, bebiS la mitad de un solo trago y prosiguiS. - No sabemos quI pasS con los pobres Harmonitas en el momento de la VisitaciSn, pero ahora uno de ellos decide emigrar, el mAs tMpico de los hombres comunes. Un peluquero, hijo y nieto de peluqueros. Se muda a Detroit, digamos. Abre una peluquerMa. Y entonces empieza el baile. El noventa por ciento de sus clientes muere en el curso de un aYAo: en accidentes de trAnsito, cayIndose por cualquier ventana, vMctimas de mafioso o asaltantes, ahogAndose en aguas playas, etcItera, etcItera. En Detroit y sus suburbios se produce una cantidad de desastres naturales: de pronto aparecen en la zona tifones y tornados que no se han visto desde el mil ochocientos y pico. Toda esa clase de cosas. Y tales cataclismos ocurren en cualquier ciudad en que se establece un emigrante venido de cualquiera de las Zonas. El nZmero de catAstrofes es directamente proporcional al nZmero de emigrantes que se hayan instalado en la ciudad. AdemAs hay que hacer notar que esa reacciSn se produce sSlo ante la presencia de emigrantes que vivMan aquM en el momento de la VisitaciSn. Quienes nacieron despuIs de ella no influyen sobre las estadMsticas de accidentes y desastres. Usted lleva diez aYAos viviendo aquM, pero se mudS despuIs de la VisitaciSn; no habrMa problemas en reubicarlo, aunque fuera en el Vaticano. ¿CSmo se explica esto? ¿QuI debemos descartar, las estadMsticas o el sentido comZn? Valentine tomS su vaso y terminS la bebida de un trago. Richard Noonan se rascS la cabeza. - Humm, sM. Ya habMa oMdo hablar de eso, claro, pero... este... pensI que eran... exageraciones, por decirlo suavemente. Realmente, desde el punto de vista de nuestra ciencia, altamente desarrollada... - O, por ejemplo, el efecto de mutaciones que provoca la Zona - le interrumpiS Valentine. Se quitS los anteojos y mirS a Noonan con ojos oscuros y miopes. - Cualquiera que pase determinada cantidad de tiempo dentro de la Zona sufre cambios, fenotMpicos y genotMpicos. Ya sabe usted quI clase de hijos pueden tener los merodeadores, y sabe tambiIn quI les pasa a ellos mismos. ¿Por quI? ¿DSnde estA el factor de mutaciSn? En la Zona no hay radiaciSn. Aunque el aire y el suelo tienen allM una estructura quMmica particular, no presentan ningZn peligro de mutaciSn. ¿QuI debo hacer en esas circunstancias? ¿Creer en brujerMas, en el mal de ojo? - Estoy de acuerdo. Pero, francamente, me preocupan mucho mAs los cadAveres revividos que sus estadMsticas. Especialmente porque nunca he visto las estadMsticas, pero a los zombies sM... y los he olido. Valentine descartS aquella afirmaciSn con un gesto de la mano. - Zombies, bah. TendrMa que darle verg|enza, Richard. DespuIs de todo, usted es hombre instruido. En primer lugar, no son cadAveres. Son moldeados, reconstrucciones sobre el esqueleto, maniquMes. Y le aseguro que, desde el punto de vista de los principios fundamentales, sus moldeados no son mAs sorprendentes que las pilas eternas. Lo que ocurre es que los asM-asM violan la primera ley de la termodinAmica y los moldeados violan la segunda. Todos somos hombres de las cavernas, en un sentido o en otro. No podemos imaginar nada mAs Espantoso que un fantasma. Pero la violaciSn a la ley de casualidad es mucho mAs espantosa que toda una estampida de fantasmas. Y que todos los monstruos, de Rubinstein. ¿O era...? - Frankenstein. - Ah, sM, Frankenstein. La seYAora Shalley. La esposa del poeta. O la hija, De pronto se echS a reMr, y agregS: - Nuestros moldeados poseen una extraYAa propiedad: posibilidad de vida autSnoma. Por ejemplo, si usted les corta una parte del cuerpo, esa parte sigue viviendo. Por su cuenta. Sin necesidad de nutrirla con soluciones fisiolSgicas. Hace poco trajeron uno de esos al Instituto. Me lo contS un ayudante de laboratorio de Boyd. Valentine soltS una estruendoso carcajada. - ¿No es hora de que nos vayamos, Valentine? - preguntS Noonan, echando una ojeada a su reloj -. Tengo algunos asuntos importantes que atender. - Vamos. Valentine intentS meter la cara en los anteojos; al fin tuvo que tomarlos con las dos manos para ponIrselos sobre la cara. - ¿Tiene coche? - preguntS. - SI; lo llevo. Pagaron la cuenta y se dirigieron hacia la puerta. Valentine no dejaba de hacer venias burlonas a algunos empleados de laboratorio que observaban con curiosidad a aquel fMsico de fama internacional. Ya en la puerta se le cayeron los anteojos por saludar al sonriente portero; los tres lanzaron sendos manotazos para atajarlos. - MaYAana tengo que hacer un experimento. Es muy interesante, sabe, murmurS Valentine mientras subMa al automSvil. PasS a describir el experimento. Noonan lo llevS hacia el complejo de ciencias. Ellos tambiIn tienen miedo, pensaba al volver al coche. TambiIn los tragalibros estAn asustados, Y asM debe ser. Ellos tendrMan que estar mAs asustados que todos nosotros untos, la gente comZn. Nosotros no entendemos nada; ellos, en cambio, entienden lo mucho que no entienden. Miran dentro de un pozo sin fondo y saben que inevitablemente deben descender a Il. Se les estruja el corazSn, pero tienen que bajar, y lo importante es: ¿podrAn volver a subir? Mientras tanto nosotros, los meros mortales, apartamos la vista, por decirlo asM. Bueno, tal vez asM debe ser. Que todo siga su curso, que nosotros seguiremos el nuestro. il tenMa razSn: el acto mAs heroico de la humanidad ha sido sobrevivir y querer seguir sobreviviendo. Pero aun asM Il mandarMa a los visitantes al demonio, si pudiera. Por quI no hicieron el picnic en otra parte. En la Luna, o en Marte. InZtiles sin corazSn, como todo el resto, aunque en verdad sepan comprimir el espacio. AsM que hicieron un picnic. Un picnic. ¿CuAl es la mejor manera de tratar con mis organizadores de picnics?, pensS, mientras conducMa lentamente por las calles mojadas y llenas de luz. ¿CuAl es el modo mAs inteligente? Seguir la ley del menor esfuerzo, como en mecAnica. ¿Para quI diablos sirve ese estZpido diploma de ingeniero si ni siquiera puedo hallar la forma de atrapar a ese rengo hijo de puta? EstacionS el coche frente a la casa donde vivMa Redrick Schuhart y se quedS sentado, planeando el modo de abrir la conversaciSn. DespuIs retirS el asM-asM y bajS del auto. ReciIn entonces notS que la casa parecMa deshabitada. Casi todas las ventanas estaban a oscuras; no habMa nadie en el parque y hasta las luces exteriores estaban apagadas. Eso le recordS lo que estaba a punto de ver, haciendo que se estremeciera. Hasta pensS en la posibilidad de telefonear a Schuhart y hablar con Il en el coche o en algZn bar tranquilo, pero rechazS la idea por muchos motivos. AdemAs, se dijo, no es cosa de comportarse como todos esos personajes que huyen como las ratas del barco que se hunde. EntrS por la puerta principal y subiS lentamente las escaleras polvorientas. Todo estaba silencioso; muchas de las puertas instaladas en los rellanos estaban entornadas o completamente abiertas; los departamentos olMan a tierra y a humedad. Se detuvo ante la puerta de Redrick, se alisS el pelo, aspirS profundamente y tocS el timbre. Por un rato no hubo ruido alguno del otro lado; al cabo crujiS el piso, girS la cerradura y la puerta se abriS silenciosamente. Noonan no habMa oMdo los pasos. En el vano apareciS Monita, la hija de Schuhart. Una luz brillante emergMa del vestMbulo, y al principio Noonan sSlo pudo ver la silueta oscura de la niYAa. NotS lo mucho que habMa crecido en los Zltimos meses, pero en seguida ella dio un paso atrAs, hacia el vestMbulo, con lo cual la cara le quedS a la vista. Noonan sintiS la garganta seca por un segundo. - Hola, MarMa - dijo, tratando de ser tan gentil como fuera posible -. ¿CSmo estAs, Monita? Ella no respondiS. RetrocediS silenciosamente hacia el living, mirAndolo por debajo de las cejas, como si no lo reconociera. A decir verdad, tampoco Il podMa reconocerla. Es la Zona, pensS. MaldiciSn. - ¿QuiIn es? - preguntS Guta, asomAndose desde la cocina -. ¡Dios mMo, es Dick! ¿DSnde te habMas metido? ¿Sabes? ¡Redrick ha vuelto! CorriS hacia Il secAndose las manos con el repasador que le colgaba del hombro. TodavMa era hermosa, enIrgica, fuerte, pero se la notaba fatigada; la cara le habMa adelgazado y tenla los ojos... ¿afiebrados, tal vez? il le dio un beso en la mejilla y le entregS el sombrero y el impermeable. - Disculpa, disculpa, pero no tenMa tiempo para venir. ¿EstA aquM? - EstA - replicS Guta -. EstA con alguien, pero supongo que se irA pronto, porque hace rato que vino. Vamos, pasa, Dick. il dio varios pasos por el vestMbulo y se detuvo en la puerta del living. Ante la mesa habla un hombre sentado. Un moldeado. InmSvil, ligeramente inclinado. La luz rosada de la lAmpara le caMa sobre la cara ancha y oscura, iluminando la boca hundida y sin dientes, los ojos quietos, sin brillo. Noonan percibiS inmediatamente el olor. SabMa que era sSlo imaginaciSn, que el olor duraba sSlo unos pocos dMas antes de desaparecer por completo, pero Richard Noonan lo percibiS con la memoria: el olor fItido y denso de la tierra removida. - Podemos ir a la cocina - se apresurS a decir Guta -. Estoy preparando la comida. AsM podremos charlar. - ¡Claro, por supuesto! - respondiS Il, animadamente -. No has olvidado que me gusta tomar un trago antes, de cenar, ¿verdad? Pasaron a la cocina. Guta abriS la heladera mientras Noonan se sentaba a la mesa y miraba a su alrededor. Como de costumbre, todo estaba limpio y brillante; en las hornallas habMa cacerolas humeantes. La cocina era nueva, semiautomAtica; eso querMa decir que en la casa habMa dinero. - Bueno, dime cSmo estA - preguntS. - Igual. PerdiS peso en la cArcel, pero ya lo estoy engordando. - ¿Sigue pelirrojo? - ¡Por supuesto! - ¿Y de pocas pulgas? - ¡QuI te parece! Lo serA hasta el dMa de su muerte. - Guta le alcanzS un Bloody Mary. La capa transparente de vodka ruso parecMa flotar en la capa de jugo de tomate. - ¿Demasiado? - No, estA justo. Noonan bajS el contenido del vaso. Era el primer trago fuerte que tomaba en todo el dMa. - Ahora me siento mejor - dijo. - Y tZ, ¿andas bien? - preguntS Guta -. ¿Por quI pasaste tanto tiempo sin venir? - Esos malditos negocios. Todas las semanas querMa llegarme hasta aquM o por lo menos llamar por telIfono, pero primero tuve que ir a RexSpolis; despuIs hubo mucho trabajo, y finalmente me dijeron que Redrick habMa vuelto; pensI que serMa mejor dejarlos solos por unos dMas. Realmente, estoy enloquecido, Guta, A veces me pregunto para quI diablos corro tanto. Para hacer dinero, pero para quI quiero dinero si no hago mAs que correr haciIndolo. Guta tapS las ollas con gran estruendo, sacS un atado de cigarrillos del estante y se sentS a la mesa, frente a Noonan, con los ojos bajos. Noonan buscS su encendedor y le dio fuego. Y una vez mAs, por segunda vez en su vida, vio que a Guta le temblaban las manos; como aquella vez, cuando acababan de sentenciar a Redrick y Noonan fue a llevarle algZn dinero. Ella tuvo muchos problemas al principio; no disponMa de un centavo, ni tenMa en el vecindario quien le prestara. De pronto empezS a disponer de dinero, y en grandes sumas, a juzgar por las evidencias; Noonan tenMa una idea bastante aproximada con respecto al origen, pero siguiS visitAndola. Llevaba dulces y juguetes a Monita, pasaba tardes enteras tomando cafI con Guta, planeando una vida nueva y feliz para Redrick. DespuIs de haberla escuchado iba a la casa de los vecinos y trataba de hacerlos entrar en razSn; explicaba, sobornaba o, ya acabada su paciencia, irrumpMa en amenazas: "Saben que Red va a volver y los va a hacer pedazos". Pero no servMa de nada. - ¿CSmo estA tu novia? - preguntS Guta. - ¿QuI novia? - La que vino contigo aquella vez, esa rubia. - ¡isa no era mi novia! Era mi secretaria. Se casS y renunciS. - TendrMas que casarte, Dick. ¿No quieres que te presente a alguna muchacha? Noonan iba a darle la respuesta de costumbre: "Bueno, estoy esperando a que Monita termine de crecer". Pero no pudo. No iba a salirle nunca mAs. - Lo que necesito no es una esposa, sino una secretaria - protestS -. ¿Por quI no abandonas a ese infernal pelirrojo y vienes a hacerme de secretaria? Eras una maravilla. El viejo Harris todavMa se acuerda de ti. - No lo dudo. Me quedaba la mano amoratada de tanto pegarle. - ¡No me digas! - exclamS Noonan, fingiendo sorpresa -. ¡Ese Harris! - ¡Dios! Nunca lo pude tragar. Mi Znico problema era que Red se enterara. Monita entrS silenciosamente y se demorS junto a la puerta. MirS las cacerolas, mirS a Richard y finalmente se arrimS a su madre para recostarse contra ella, con la cara vuelta hacia otro lado. - ¿QuI tal, Monita? - dijo Richard, animoso -. ¿Quieres chocolate? SacS del bolsillo superior una barra de chocolate envuelta en plAstico y la tendiS a la niYAa. Ella no se moviS. Guta tomS la barra y la dejS sobre la mesa. TenMa los labios pAlidos. - Bueno, Guta, ¿sabe que he decidido mudarme? ProsiguiS Il, siempre animoso -, Estoy cansado de vivir en hoteles; y tan lejos del Instituto. - Comprende cada vez menos - dijo Guta suavemente casi nada, ya. il se interrumpiS, levantS el vaso con ambas manos y lo hizo girar distraMdamente. - No has preguntado cSmo nos va - continuS ella -. Y tienes razSn. Pero eres un viejo amigo, Dick, y no tenemos secretos para ti. De cualquier modo no hay forma de guardar ese secreto. - ¿La han llevado a un mIdico? - preguntS Il, sin levantar la vista. - SM. No pueden hacer nada. Uno de ellos dijo... Guta se interrumpiS. TambiIn Il guardS silencio. No habMa nada que decir y tampoco querMa pensar en eso. De pronto se le ocurriS una idea horrible: era una invasiSn. No se trataba de un picnic junto al camino ni de un preludio al Contacto, sino de una invasiSn. Como no pueden cambiarnos a nosotros, pensS, se meten en el cuerpo de nuestros hijos y los transforman a su imagen y semejanza. SintiS un escalofrMo, pero entonces recordS que habMa leMdo algo por el estilo en un libro barato de cubierta chillona, y se sintiS mejor. Uno es capaz de imaginar cualquier cosa. Y la vida real no es nunca como uno imagina. - Uno de ellos dijo que ya no es humana. - TonterMas - replicS Noonan con voz hueca -. TendrMan que ver a un buen especialista. ¿Por quI no van a ver a James Cutterfield? Si quieren yo puedo hablarle y combinar una cita. - ¿Te refieres al Matasanos? - PreguntS ella, riendo nerviosamente -. Gracias, no te molestes. il fue quien dijo eso. Creo que es el destino. Cuando Noonan se atreviS a levantar la vista, Monita se habMa ido y Guta permanecMa inmSvil, con la boca entreabierta y los ojos vacMos; en la punta de su cigarrillo habla un largo cilindro de ceniza. il empujS el vaso hacia ella. - PrepArame otro, por favor, y uno para ti, Bebamos un poco. CayS la ceniza. Guta buscS el cenicero para dejar la colilla; acabS por arrojarla en el tacho de la basura. - Por quI, eso es lo que no puedo entender, en la ciudad hay mucha gente mAs mala que nosotros. Noonan creyS que estaba por llorar, pero no fue asM. Ella abriS la heladera, sacS el vodka y el jugo y tomS otro vaso del armario. - No pierdas la esperanza. Todo se arregla en esta vida. Y yo tengo conexiones muy importantes, Guta, crIeme. HarI todo lo que pueda. Lo decMa sinceramente; incluso estaba repasando mentalmente la lista de los conocidos que tenMa en diversas ciudades; le parecMa haber oMdo hablar de casos similares que habMan terminado bien. SSlo hacMa falta recordar dSnde era y de quI mIdico se trataba. Pero entonces recordS al seYAor Lemehen, y recordS tambiIn por quI se habMa hecho amigo de Guta, y no quiso pensar mAs en todo eso. BorrS todos sus pensamientos sobre conexiones, se acomodI en la silla y se relajS para esperar su copa. Hubo un ruido de pasos que se arrastraban y un golpe sordo en el vestMbulo. DespuIs, la voz mAs que repulsiva de Cuervo Burbridge. - ¡Eh, Red! Parece que tu querida Guta tiene visitas. Veo un sombrero. Yo que tZ no los dejarMa solos. Y la voz de Red: - Ten cuidado con tu pierna ortopIdica, Cuervo. Y cierra la boca. AllM tienes la puerta, no te olvides de irte. Tengo que cenar. - ¡Diablos, ni siquiera se puede hacer un chiste! - Ya hemos hecho todos los chistes del mundo. Basta. Ahora vete. ChasqueS la cerradura y las voces se oyeron mAs apagadas. Al parecer habMan salido al vestMbulo. Burbridge dijo algo en voz baja y Redrick replicS: - ¡Bueno, basta, ya hemos hablado! MAs gruYAidos de Burbridge y la Aspera respuesta de Red: - ¡Dije que basta! Un portazo y pasos en el vestMbulo, rApidos y firmes. Redrick Schuhart apareciS en la puerta de la cocina. Noonan se levantS para saludarlo con un cAlido apretSn de manos. - Estaba seguro de que eras tZ - dijo Redrick, mientras sus ojos verdosos inspeccionaban sin demora a Noonan -. ¡Aumentaste de peso, gordo! Sigues sin ocuparte de eso, ¿eh? Veo que te das la gran vida. Guta, vieja, prepara uno para mM tambiIn. Tengo que alcanzarlos. - TodavMa no hemos comenzado. ¿QuiIn se te puede adelantar? Redrick riS Asperamente y palmeS a su amigo en el hombro. - ¡Ahora veremos quiIn alcanza a quiIn! A ver, vamos, ¿quI estamos haciendo aquM, en la cocina? Guta, trae la cena. AbriS la heladera y volviS con una botella de etiqueta brillante. - ¡Nos daremos un festMn! - anunciS -. Hay que tratar como a un rey a nuestro viejo amigo Richard Noonan, que no abandona a sus compaYAeros cuando lo necesitan. Aunque nunca sirviS de nada. Es una lAstima que Gutalin no estI aquM. - ¿Por quI no lo llamas? - sugiriS Noonan. Redrick meneS la roja cabeza. - Las lMneas de telIfono todavMa no llegan adonde Il estA esta noche. Vamos. Fue al living y plantS la botella sobre la mesa. - ¡Vamos a celebrar, papA! - dijo al anciano inmSvil -. ¡AquM estA Richard Noonan, nuestro buen amigo! Dick, te presento a mi papA, Schuhart padre. Richard Noonan, con la mente reducida a una bola impenetrable, sonriS de oreja a oreja, agitS la mano y dijo, mirando al moldeado: - Encantado de conocerlo, seYAor Schuhart. ¿CSmo le va? En seguida se dirigiS a Schuhart hijo, que maniobraba por el bar, diciendo: - Sabes, creo que ya nos conocemos, Red. Nos vimos una vez, pero muy brevemente, claro. - SiIntate - le dijo Redrick, seYAalando la silla opuesta al viejo -. Si quieres hablarle, hazlo en voz alta. No oye nada. SacS vasos, abriS rApidamente la botella y se volviS hacia Noonan. - Sirve tZ. Para papA un poquito apenas; cZbrele el fondo. Noonan se tomS su tiempo para servir. El viejo seguMa en la misma posiciSn, mirando fijamente la pared. Tampoco reaccionS cuando Noonan le arrimS el vaso. iste ya se habla adaptado a la nueva situaciSn. Era como un juego, terrible y patItico. Red era quien lo jugaba y Il lo siguiS, como habMa seguido el juego a tanta gente durante toda su vida; juegos terribles, patIticos, vergonzosos y en algunos casos, mucho mAs peligrosos que aquIl. Redrick levantS el vaso y dijo: - Bueno, ¿empezamos? Noonan asintiS con total naturalidad. Ambos bebieron. El pelirrojo, con los ojos brillantes, siguiS hablando en aquel tono excitado y ligeramente artificioso. - ¡AsM es, hermano! La cArcel puede olvidarse de mi. ¡Si supieras quI bueno es estar otra vez en casa! Tengo plata y he elegido un pequeYAo chalet para mM, nuevo, con jardMn... Tan lindo como el de Cuervo. SabrAs que querMa emigrar; lo habMa decidido cuando estaba en la cArcel. QuI estaba haciendo en este pueblucho de mala muerte, pensaba; que se venga abajo, por mM. Pero cuando volvM me esperaba una sorpresa: ¡HabMan prohibido la emigraciSn! ¿Es que en los Zltimos dos aYAos nos ha atacado la peste? Hablaba y hablaba. Noonan se limitaba a asentir, sorbMa su whisky e intercalaba alguna exclamaciSn de simpatMa o cualquier pregunta retSrica. DespuIs empezS a preguntarle sobre su chalet: de quI clase era, dSnde estaba, cuAnto costaba. Y discutieron. Noonan insistMa en que era caro y en que no estaba bien ubicado. SacS la libreta de direcciones, la hojeS y le dio direcciones de chalets abandonados que se vendMan por chauchas y palitos. Y las reparaciones le saldrMan casi gratuitas, pues podMa solicitar el permiso de emigraciSn para que se lo negaran y le dieran la indemnizaciSn. Con eso pagarMa los arreglos. - Veo que tZ tambiIn estAs en el asunto de la no emigraciSn. - Estoy un poco en todo - replicS Noonan, guiYAado el ojo. - Lo sI, lo sI, nos hemos enterado de tus asuntos. El amigo dilatS los ojos en ademAn de sorpresa y se llevS un dedo a los labios, seYAalando hacia la cocina con la cabeza. - No te preocupes, todo el mundo lo sabe - dijo Redrick -. El dinero no tiene nombre, eso ya lo aprendM. ¡Pero poner a Mosul de gerente! ¡Casi me caigo de la risa cuando me enterI! Es como meter un elefante en un bazar. Es un caso perdido, ya lo sabes. Lo conocemos desde chicos. Se quedS callado, mirando al viejo. Un estremecimiento le cruzS la cara. Noonan notS, sorprendido, la expresiSn de ternura, de autIntico y sincero amor en aquella mAscara encallecida. Mientras lo observaba recordS lo que habMa pasado cuando los empleados del laboratorio Boyd fueron a la casa en busca del moldeado. Eran dos ayudantes de laboratorio, ambos jSvenes, atlIticos y todo, y un mIdico del hospital municipal con dos enfermeros forzudos y corpulentos, de Isos a quienes se encarga llevar las camillas pesadas y dominar a los pacientes histIricos. Uno de los ayudantes dijo mAs tarde que "ese pelirrojo", al principio, parecMa no comprender de quI se trataba, ya que los dejS entrar al departamento para revisar al padre. Tal vez habrMa permitido que se lo llevaran, porque al parecer Redrick creMa que lo iban a hospitalizar en observaciSn. Pero esos idiotas de los enfermeros (que hasta entonces no habMan hecho sino mirar a Guta, quien lavaba las ventanas de la cocina) agarraron al viejo como si fuera un tronco y lo dejaron caer al suelo. Redrick enloqueciS. Entonces el bobo del mIdico tuvo la mala idea de explicar de quI se trataba. Redrick lo escuchS por uno o dos minutos; sZbitamente explotS sin previo aviso, corno una bomba de hidrSgeno. El ayudante que contS el caso no recordaba cSmo fue a parar a la calle. Aquel diablo rojo los bajS a los cinco por la escalera, sin que ninguno pusiera nada de su parte. Salieron del vestMbulo como balas de caYASn. Dos quedaron inconscientes en la calle, mientras Redrick perseguMa a los otros tres a lo largo de cuatro cuadras. DespuIs, al volver, rompiS todas las ventanillas del coche del Instituto; el conductor habMa salido a la carrera al ver lo que estaba pasando. - AprendM a preparar un cSctel nuevo - decMa Redrick, mientras servMa mAs whisky -. Se llama "Jalea de Brujas". DespuIs de comer te prepararI uno. No es algo que se pueda tomar con el estSmago vacMo, hermano; es peligroso para la salud. Basta un trago para que se te adormezcan las piernas y los brazos. Digas lo que digas, Dick, esta noche pienso tratarte como a un rey. Recordaremos los viejos tiempos, el Borscht. El viejo Ernie todavMa estA a la sombra, ¿sabMas? BebiS, se enjugS la boca con el dorso de la mano y preguntS en tono indiferente: - ¿QuI hay de nuevo en el Instituto? ¿TodavMa no han dominado la jalea de brujas? Me he quedado un poco atrAs con la ciencia. Noonan comprendiS por quI sacaba el tema y alzS las manos con desesperaciSn. - ¿EstAs bromeando? ¿Sabes lo que pasS con esa jalea? ¿No has oMdo hablar de los Laboratorios Currigan? Hay cierto pequeYAo proveedor particular... Y consiguieron un poco de jalea. Le hablS de la catAstrofe. Le contS el misterioso hecho de que jamAs hubieran podido atar cabos; no se sabMa de dSnde la habMa conseguido el laboratorio. Redrick escuchaba con cara de distraMdo, haciendo chasquear la lengua y meneando la cabeza. DespuIs sacudiS decididamente la botella sobre los vasos. - Es lo que se merecen, esos chupasangres. OjalA se les atraganto. Bebieron. Redrick contemplS a su padre y la cara volviS a estremecIrsele. - ¡Guta! - gritS -. ¿Quieres matarnos de hambre? Y agregS, dirigiIndose a Noonan: - Se estA rompiendo toda para atenderte. Quiere preparar tu ensalada favorita, con langosta. HabMa comprado un poco por las dudas vinieras. - Bueno. CSmo andan las cosas Instituto, en general? ¿Descubrieron algo nuevo? Dicen que han puesto robots a trabajar con todo en la Zona, pero que no consiguen mucho con ellos. Noonan se dedicS al tema del Instituto; mientras hablaba apareciS Monita silenciosamente y se instalS ante la mesa, junto al anciano. AllM se quedS, con las zarpas peludas sobre la mesa. DespuIs, como cualquier criatura, se recostS contra el moldeado y apoyS la cabeza sobre su hombro. Noonan siguiS charlando, pero pensaba, sin poder apartar la vista de aquellos dos espantos originados en la Zona: Dios mMo, ¿quI mAs? ¿QuI mAs tienen que hacernos para que comprendamos? ¿No basta con esto?. Pero sabMa que no bastaba. SabMa que millones y millones de personas no sabMan nada ni querMan saberlo, y aunque lo descubrieran no harMan mAs que decir "¡Ooh!" y "¡Ahh!" durante cinco minutos; despuIs volverMa cada uno a su rutina. DecidiS bruscamente que era hora de marcharse. Al diablo con Burbridge, al diablo con Lemehen y al diablo con aquella maldita familia. - ¿Por quI los miras tanto? - preguntS Redrick suavemente -. No tengas miedo, Il no le harA daYAo. Dicen incluso que generan buena salud. - SM, lo sI - dijo Noonan. Y vaciS su copa. En ese momento entrS Guta, ordenS a Redrick que pusiera la mesa y dejS sobre ella una gran fuente de plata con la ensalada favorita de Noonan. - Bueno, amigos - anunciS Redrick -, ahora nos daremos un festMn. 4. Redrick Schuhart, treinta y un aYAos. El valle se habMa refrescado durante la noche; al amanecer hacMa frMo. Caminaban a lo largo del terraplIn, pisando los durmientes podridos entre las vMas herrumbradas. Redrick contemplaba las gotas de niebla que, al condensarse, brillaban sobre la chaqueta de cuero de Arthur Burbridge. El muchacho caminaba Agilmente, con alegrMa, como si nada supiera de la noche agotadora, de la tensiSn nerviosa que todavMa le hacMa doler las venas del cuerpo, ni de las dos horas terribles que habMan pasado en la cima de la colina, apretados espalda contra espalda para darse calor, mientras esperaban, en torturante somnolencia, que pasara el flujo de materia verde y desapareciera en la garganta. La niebla se espesaba a ambos lados del terraplIn. De vez en cuando trepaba hasta los rieles con pesados pies grises; en esos lugares habMa que caminar hundidos hasta la rodilla entre vapores arremolinados. El aire olMa a herrumbre; el basural, a la derecha del terraplIn, a putrefacciSn y moho. La neblina lo ocultaba todo, pero Redrick sabMa que estaban en una planicie ondulada, con cZmulos de desperdicios, y que habMa montaYAas ocultas en la penumbra, mAs allA. TambiIn sabMa que al salir el sol, cuando la niebla se asentara en rocMo, verMa hacia la izquierda el helicSptero caMdo y hacia adelante, los vagones-plataformas para el transporte de metal en bruto. Entonces comenzarMa el verdadero trabajo. Redrick deslizS una mano bajo la mochila y la levantS un poco, para que el borde del tanque de helio no se le clavara en la columna. "Es pesada, pensS; ¿cSmo voy a arrastrarme con ella? Un kilSmetro y medio en cuatro patas. Bueno, merodeador, a quI protestar ahora. Ya sabMas en quI te estabas metiendo. Hay quinientos mil al final del camino. Vale la pena aguantar un esfuerzo. Quinientos mil, no estA nada mal. Que me maten si la doy por menos. O si le doy a Cuervo mAs de treinta. ¿Y el novato? El novato no recibe nada. Si el viejo dijo por lo menos media verdad, el novato no recibe nada." VolviS a mirar la espalda de Arthur y vio, entrecerrando los ojos, que el muchacho franqueaba dos durmientes a cada paso; era de espaldas anchas y cadera angosta. El pelo renegrido, como el de la hermana, saltaba rMtmicamente. "il se lo buscS", pensS Redrick, ceYAudo. il mismo. ¿Por quI insistiS tanto en venir? ¿Con tanta desesperaciSn? Temblaba, tenMa los ojos llenos de lAgrimas. "¡LlIveme, seYAor Schuhart! Muchos otros se ofrecieron a llevarme, pero ninguno sirve. Mi padre... ¡Pero Il ya no puede llevarme!". Redrick se obligS a descartar ese recuerdo, que le repugnaba; tal vez por eso empezS a pensar en la hermana de Arthur. ParecMa increMble que esa mujer tan hermosa pudiera ser hechura plAstica, un maniquM. Era como los botones que tenMa su madre en la blusa, cuando era chico; ambarinos, semitransparentes y dorados; le daban ganas de metIrselos en la boca para chuparlos, y en cada oportunidad sufrMa una terrible desilusiSn, pero siempre la olvidaba. No, no la olvidaba, sino que se negaba a aceptar lo que su memoria le decMa. Volviendo a Arthur, pensS: Tal vez fue el padre el que me lo enviS; mira lo que lleva en el bolsillo trasero. No, no creo. Cuervo me conoce. Cuervo sabe que no bromeo y conoce mi manera de actuar dentro de la Zona. No, todo esto es una estupidez. iste no es el primero que me suplica lleno de lAgrimas; otros han llegado a echarse de rodillas. En cuanto a ese artefacto, todos traen revSlveres la primera vez que entran a la Zona. La primera y la Zltima. ¿SerA realmente la Zltima? Para ti, muchachito, lo es. AsM son las cosas, Cuervo: la Zltima para Il. SM, si hubieras sabido lo que pensaba hacer tu muchachito lo hubieras hecho purI con las muletas. De pronto sintiS que habMa algo hacia adelante; no muy lejos, a unos treinta o cuarenta metros. - Alto - dijo a Arthur. El muchacho, obediente, quedS hecho una estatua. TenMa buenos reflejos; se habMa detenido con un pie en el aire, y lo bajS lenta, cuidadosamente. Redrick se detuvo junto a Il. AllM la huella descendMa visiblemente y desaparecMa por completo en la neblina. Y en la neblina habla algo. Algo grande e inmSvil. Inocuo. Redrick olfateS el aire con cautela. SM, inocuo. - Adelante - dijo en voz baja. AguardS a que Arthur diera el primer paso y lo siguiS. Por el rabillo del ojo podMa observar su cara: el perfil cincelado, la piel clara de la mejilla y la lMnea decidida de los labios bajo el bigote fino. La niebla los cubrMa hasta la cintura. Un momento despuIs les llegS al cuello. A los pocos minutos pudieron ver el gran bulto de los vagones erguidos hacia adelante. - AllM estAn - dijo Redrick, quitAndose la mochila -. SiIntate allM, donde estAs. Pausa para un cigarrillo. Arthur le ayudS a bajar la mochila y se sentS junto a Il, en los rieles herrumbrados. Redrick desabotonS uno de los bolsillos y sacS un paquete de sandwiches y un termo con cafI. Mientras el muchacho acomodaba los sandwiches sobre la mochila, Il sacS su petaca, la abriS y tomS varios tragos lentos con los ojos cerrados. - ¿Quieres? - ofreciS, limpiando el cuello de la petaca -. Para darte coraje. Arthur, herido, sacudiS la cabeza. - Para darme coraje no necesito eso, seYAor Schuhart. PreferirMa cafI, sM puedo. AquM hay una humedad espantosa, ¿no es cierto? - Hay humedad. ApartS la petaca y escogiS un sandwich. - Cuando se levante la niebla - dijo, masticando - verAs que estamos rodeados de pantanos. En los viejos tiempos los mosquitos eran terribles. CerrS el pico y se sirviS un poco de cafI. Estaba caliente, fuerte y dulce; era mejor que el alcohol. TenMa olor a hogar. A Guta. Y no solamente a Guta, sino a Guta en salto de cama, reciIn levantada, con las arrugas de la almohada todavMa marcadas en la mejilla. ¿Por quI me meto en estas cosas?, pensI. Quinientos mil. ¿Para quI los necesito? ¿Para comprar un bar, o algo por el estilo? Uno necesita plata para no pensar en la plata, Isa es la verdad. Dick tenMa razSn. Tengo casa, tengo terreno, en Harmont no me faltarMa trabajo. Cuervo me atrapS, me sedujo como a un inocente. - SeYAor Schuhart - dijo sZbitamente Arthur, apartando la vista -, ¿usted cree que eso concede los deseos, de veras? - ¡TonterMas! - murmurS Redrick, distraMdo, mientras se quedaba inmSvil con la taza cerca de la boca -. ¿CSmo sabes quI es lo que vamos a buscar? Arthur sonriS, azorado; antes de responder se peinS con los dedos, tirAndose del pelo. - ¡Bueno, lo adivinI! No recuerdo exactamente quI fue lo que me puso sobre la pista. Para empezar, papA se la pasaba hablando de la Bola Dorada, pero Zltimamente no la menciona. En cambio ha estado hablando de usted. Y conozco muy bien a papA como para creer que ustedes son amigos. AdemAs, en los Zltimos tiempos ha estado muy extraYAo. Arthur echS a reMr y sacudiS la cabeza, como si recordara algo. - Y en tercer lugar - agregS -, lo adivinI cuando probS con usted aquel pequeYAo dirigible, en el baldMo. Dio una palmada sobre la mochila que contenMa el globo, bien enrollado, y prosiguiS: - Los seguM. Cuando vi que levantaban aquella bolsa de piedras y la conducMan por sobre el suelo me di cuenta de todo. Por lo que sI, la Bola dorada es el Znico objeto pesado que queda en la Zona. MordiS el sandwich y concluyS soYAador, con la boca llena: - Lo que no entiendo es cSmo piensan engancharla; ha de ser bien lisa. Redrick lo observS por sobre el borde de su taza, pensando en lo poco que se parecMan padre e hijo. No tenMan nada, absolutamente nada en comZn; ni la cara, ni la voz, ni el alma. La voz de Cuervo era Aspera, quejosa, furtiva; pero cuando hablaba de ese tema lo hacMa con un entusiasmo tal que era imposible ignorarlo. - Red - le habMa dicho entonces, inclinAndose sobre la mesa -, sSlo quedamos nosotros dos, y dos piernas para los dos, que son las tuyas. ¿QuiIn otro puede ir? ¡Debe ser lo mAs valioso de la Zona! ¿Y a quiIn le corresponde? ¿Quieres que la encuentren esos tragalibros con sus maquinitas? ¿Eh? Yo la encontrI, ¡yo! ¿CuAntos de los nuestros cayeron allA? ¡Pero yo la encontrI! QuerMa guardarla para mM; no se la darMa a nadie, pero ya ves que ahora no puedo... No queda nadie mAs que tZ. LlevI a montones de muchachitos allA, toda una escuela. Eso es lo que abrM: una escuela para enseYAarles. Pero no pueden, ¿te das cuenta? No sI si les faltan agallas o quI. Bueno, si no me crees no me importa. Quieres la plata. La tendrAs. Me darAs lo que te parezca; sI que no me vas a trampear. Y tal vez consiga piernas nuevas. Las piernas, ¿entiendes? La Zona me las quitS; quizA me las devuelva. - ¿QuI? - preguntS Redrick, saliendo de su ensueYAo. - Le preguntaba si le molesta que fume, seYAor Schuhart. - No, por supuesto. Fuma. Yo tambiIn voy a fumar uno. TragS de golpe el resto del cafI y sacS un cigarrillo. Mientras lo encendMa contemplS la niebla, que se iba levantando. EstA chiflado, pensS. Le falta un tornillo. Quiere piernas nuevas, el hijo de puta. Pero toda aquella charla habMa dejado un residuo, aunque no estaba seguro de que clase. Y no se evaporaba con el tiempo; por el contrario, se iba acumulando. Y si bien no comprendMa de quI se trataba, aquello le estaba preocupando. Era como si Cuervo le hubiese contagiado algo no una enfermedad desagradable, sino, por el contrario... ¿Su fuerza, tal vez? No, no era fuerza. ¿QuI, entonces? Bueno, se dijo, mirImoslo desde este punto de vista; supongamos que yo no hubiera llegado hasta aquM. Estaba listo para Irme, hasta habMa empacado, pero pasS algo; digamos que me arrestaron, ¿SerMa malo eso? Por supuesto. ¿Por quI? ¿Por la pIrdida de plata? No, no tiene nada que ver con la plata. ¿Porque ese tesoro caerMa en las manos de Ronco y Huesos? Por allM estamos mAs cerca. Eso me dolerMa. Pero quI me importa, si al final son ellos los que se quedan con todo. - ¡Brrrr! - exclamS Arthur, estremeciIndose -. El frMo se mete hasta los huesos. SeYAor Schuhart, ¿me darMa un trago ahora? Redrick le alcanzS la petaca en silencio, mientras pensaba: No aceptI en seguida. Veinte veces le dije a Cuervo que se mandara mudar, pero a las veintiuna aceptI. No podMa resistir mAs. Nuestra Zltima conversaciSn resultS breve y comercial. "Hola, Red. Traje el mapa. ¿No querrMas echarle un vistazo, a pesar de todo?". Y lo mirI a los ojos, que eran como lastimaduras; amarillos, con motas negras; y le dije: "DIjamelo". Listo. Recuerdo que en ese momento yo estaba borracho; llevaba una semana bebiendo; y me sentMa