torio y se sentÑ en la silla dura de respaldo recto. "¿AdÑnde quiere ir a parar?", pensÑ, febrilmente. "¿QuÈ es todo ese material nuevo? Tal vez lo encontraron en otras Zonas y trata de hacerme pasar por tonto, el muy cerdo. Nunca me tuvo aprecio; este viejo zorro; no se puede olvidar de aquella copia." - Prosigamos con nuestro pequeßo examen - anunciÑ Lemchen, mientras apartaba una esquina del cortinaje para mirar por la ventana -. EstÀ diluviando. Me gusta. SoltÑ la cortina, volviÑ a sentarse en el sillÑn y preguntÑ, mirando hacia el cielo raso: - ¿CÑmo anda el viejo Burbridge? - ¿Burbridge? Cuervo Burbridge estÀ bajo vigilancia. EstÀ invÀlido y en muy buena posiciÑn. No tiene vinculaciones con la Zona. Es dueßo de cuatro bares y de una escuela de baile. Organiza picnics para los oficiales del cuartel y para los turistas. Dina, la hija, lleva una vida disoluta. Arthur, el hijo, acaba de graduarse en la escuela de leyes. El seßor Lemehen asintiÑ, satisfecho. - ¿Y quÈ hace Creonte, el maltÈs? - Es uno de los pocos merodeadores que siguen activos. Anduvo con la banda de Quasimodo; ahora vende su botÌn al Instituto utilizÀndome como intermediario. Le doy rienda libre: tarde o temprano alguien lo harÀ desaparecer. çltimamente bebe mucho; creo que no va a durar. - ¿Contactos con Burbridge? - Anda detrÀs de Dina. Sin resultados. - Muy bien - dijo el seßor Lemehen -. ¿QuÈ sabe de Red Schuhart? - SaliÑ de la cÀrcel el mes pasado. No tiene dificultades econÑmicas. TratÑ de emigrar, pero tiene... Noonan hizo una pausa. Al fin completÑ: - Bueno, tiene problemas de familia. No le queda tiempo para la Zona. - ¿Eso es todo? - Es todo. - No parece mucho. ¿QuÈ pasa con Suertudo Carter? - Hace muchos aßos que dejÑ el merodeo. Vende coches usados y tiene un taller para adaptar automÑviles al asÌ-asÌ. Cuatro hijos; la mujer muriÑ el aßo pasado. Tiene suegra. Lemehen asintiÑ. - Bueno, ¿a quiÈn he olvidado de los viejos? - preguntÑ amablemente. - A Jonathan Miles, mÀs conocido como Cacto. EstÀ en el hospital; va a morir de cÀncer. Y olvidÑ a Gutalin. - Ah, sÌ, sÌ, ¿quÈ se sabe de Gutalin? - Sigue en lo mismo. Tiene una banda de tres hombres. Van a la Zona y pasan allÌ varios dÌas en cada oportunidad, destrozando todo lo que encuentran. Su antigua organizaciÑn, los àngeles Luchadores, se disolviÑ. - ¿Por quÈ? - Bueno, usted recordarÀ que solÌan comprar botÌn; Gutalin lo llevaba nuevamente a la Zona: las cosas del demonio debÌan estar con el demonio. Ahora no tienen nada que comprar; ademÀs el nuevo director del Instituto los ha hecho perseguir por la policÌa. - Comprendo - dijo el seßor Lemehen -. ¿Y quÈ hay de los jÑvenes? - Bueno, los jÑvenes van y vienen. Hay cinco o seis con un poco de experiencia, pero Çltimamente no tienen quiÈn reduzca el botÌn, de modo que estÀn perdidos. Los estoy adiestrando poco a poco. Creo que los merodeos han cesado casi por completo en mi Zona, jefe. Los antiguos estÀn retirados, los jÑvenes no saben quÈ hacer y el prestigio de la profesiÑn se va perdiendo. La tecnologÌa ha ganado terreno. Ahora hay merodeadores robÑticos. - SÌ, si, eso he oÌdo decir. Pero las mÀquinas necesitan mucha energÌa. ¿O me equivoco? - Es cuestiÑn de tiempo, no mas. Pronto valdrÀ la pena. - ¿CuÀndo? - En cinco o seis aßos. El seßor Lemehen volviÑ a asentir. - A propÑsito, tal vez usted no sabe que el enemigo ha empezado a emplear los merodeadores automÀticos. - ¿En mi Zona? - preguntÑ Noonan, poniÈndose en guardia. - TambiÈn en la suya. Tienen la base en RexÑpolis; desde allÌ trasladan el equipo en helicÑptero, por sobre las montaßas, hasta el CaßÑn Serpiente, hasta el Lago Negro y al pie de las colinas de Monte Rocoso. - Pero ese es el perÌmetro de la Zona - dijo Noonan, suspicaz -. Esa Àrea estÀ vacÌa. ¿QuÈ pueden encontrar allÌ? - Muy poco, muy poco, pero algo encuentran. De cualquier modo era una informaciÑn, nada mÀs; eso no le concierne. Recapitulemos. En Harmont no quedan ya, prÀcticamente, merodeadores profesionales. Los que aÇn siguen aquÌ ya no tienen relaciÑn con la Zona. Los jÑvenes estÀn perdidos y cercados. - El enemigo estÀ diseminado y se ha retirado a algÇn rincÑn a lamerse las heridas. No hay botÌn, y cuando lo hay no se encuentra a quiÈn vendÈrselo. Los robos de materiales en la Zona de Harmont cesaron hace tres meses. ¿Correcto? Noonan guardÑ silencio. "Ahora, pensÑ. Ahora me la va a dar. Pero ¿dÑnde estuvo el error? Ha de haber sido uno realmente grande. ¡Bueno, habla, viejo del diablo! ¡No demores las cosas!". - No he oÌdo su respuesta - observÑ Lemehen, poniendo la mano como pantalla tras su oreja arrugada y velluda. - Bueno, jefe - dijo Noonan, sombrÌo -. Basta ya. Me tiene frito y hervido, ahora pÑngame en el plato. El seßor Lemehen carraspeo vagamente. - No tiene nada que decir en su defensa - comentÑ, con inesperada amargura -. Se queda ahÌ, con las orejas bajas ante la autoridad. ¿CÑmo le parece que me sentÌa anteayer? Se interrumpiÑ para levantarse y se acercÑ a la caja fuerte. - Para abreviar: en los dos Çltimos meses, segÇn nuestra informaciÑn, el enemigo ha recibido mÀs de seis mil artÌculos provenientes de las diversas Zonas. Se detuvo ante la caja fuerte, palmeÑ su flanco pintado y se volviÑ Àsperamente hacia Noonan. - ¡No se consuele con ilusiones! - gritÑ -. ¡Las huellas digitales de Burbridge! ¡Las del MaltÈs! ¡Las de Ben Halevy, el NarigÑn, a quien usted ni siquiera se dignÑ mencionar! ¡Las de Hindus Heresh y Pygmy Zmyg! ¿AsÌ entrena usted a sus jÑvenes? ¡Brazaletes, alfileres, molinetes blancos! Y encima ese asunto de los ojos de langosta, los cascabeles de perra, las servilletas repiqueteantes, sean lo que sean! ¡Al diablo con todo! VolviÑ a interrumpirse, se instalÑ nuevamente en el sillÑn, formÑ otra torre con los dedos y preguntÑ cortÈsmente: - ¿QuÈ piensa usted de todo esto, Richard? Noonan se secÑ la frente con el paßuelo. - No sÈ nada de todo esto - respondiÑ sinceramente -. perdone, jefe, estoy un poco... DÈjeme recobrar el aliento, ¡Burbridge! Pero si Burbridge ya no tiene nada que ver con la Zona. ¡Le sigo todos los pasos! Organiza picnics y cÑcteles a la orilla de los lagos y gana muchÌsimo con eso. ¡No necesita mÀs dinero! Perdone, creo que estoy diciendo tonterÌas, pero le aseguro que no lo he perdido de vista desde que saliÑ del hospital. - Bueno, no quiero demorarlo mÀs - dijo el seßor Lemchen -. Le concedo una semana. A ver si me trae alguna idea sobre cÑmo llega el material de la Zona a manos de Burbridge... y los otros. AdiÑs. Noonan se levantÑ, saludÑ al perfil de Lemehen y saliÑ a la recepciÑn, aÇn enjugÀndose el cuello sudoroso. El joven bronceado estaba fumando y contemplaba pensativamente las entraßas del mutilado aparato electrÑnico. Su mirada, al posarse brevemente en Noonan, pareciÑ tan vacÌa como si estuviera mirando hacia dentro. Richard Noonan se encasquetÑ el sombrero, agarrÑ su impermeable y saliÑ. Nunca le habÌa pasado algo asÌ. Sus pensamientos, confusos, parecÌan enmaraßarse. Debo... ¡Ben J. Halevy el NarigÑn! ¡Hasta apodo tiene! ¿CuÀndo? Es sÑlo un pequeßo novato, un mocoso. No, aquÌ pasa algo raro. Ese rengo de porquerÌa, Cuervo, esta vez me agarrÑ. Me pescÑ en pelotas. ¿CÑmo pudo ocurrir? Justo como aquella vez, en Singapur; la cara sobre la mesa y de golpe aplastado contra la pared... SubiÑ al auto. Por un momento buscÑ en el tablero la llave de contacto, olvidado de todo. La lluvia le goteaba desde el sombrero sobre los pantalones. Se lo quitÑ y lo arrojÑ al asiento posterior sin mirar. El agua corrÌa a chorros por el parabrisas; Richard Noonan tuvo la impresiÑn de que eso le impedÌa comprender cuÀl era el prÑximo paso a dar. Se dio unos coscorrones y se sintiÑ mejor. Inmediatamente recordÑ que no habÌa llave ni podÌa haberla, porque Èl tenÌa el asÌ-asÌ en el bolsillo. La pila eterna; habÌa que sacarla del bolsillo, maldiciÑn, y meterla en la instalaciÑn. AsÌ podrÌa a menos conducir el coche hasta alguna parte... alguna parte, lejos de ese edificio donde estaba el viejo hijo de puta, probablemente mirando desde una ventana. En el momento en que tendÌa la mano hacia el asÌ-asÌ quedÑ inmÑvil por un instante. Ya sÈ por quiÈn empezar. EmpezarÈ con Èl. ¡Oh, quÈ bien, empezar con Èl! Nadie habrÀ empezado nunca con nadie como yo con Èl. Y serÀ un placer. EncendiÑ los limpiaparabrisas y bajÑ por la avenida, sin ver casi nada frente a Èl, pero calmÀndose lentamente. Muy bien. Que sea como en Singapur. DespuÈs de todo allÀ las cosas terminaron bien. ¡Y quÈ si me tiraron de cara contra la mesa de una sola vez! Pudo ser peor, pudo haber sido otra parte de mi cuerpo, o algo con clavos en vez de una mesa. Bueno, sigamos la pista. ¿DÑnde estÀ mi pequeßo negocio? No veo un pito. Ah, allÌ estÀ. No estaba dentro del horario comercial, pero el Cinco Minutos estaba tan iluminado como el Metropole. Richard Noonan, sacudiÈndose como un perro que saliera del agua, entrÑ a aquella clara habitaciÑn, que olÌa a tabaco, perfume y champaßa rancio. El viejo Benny, aÇn sin uniforme, estaba sentado ante el mostrador, comiendo algo con el tenedor en el pußo. Madame lo miraba comer, con los enormes pechos apoyados en el mostrador entre los vasos vacÌos. AÇn no habÌan limpiado la suciedad de la noche anterior. Cuando Noonan entrÑ, Madame volviÑ hacia Èl su cara ancha y espesamente maquillada; su primera expresiÑn de enojo se disolviÑ en una sonrisa profesional. - ¡Hola! - dijo, con su voz profunda -. ¡El seßor Noonan en persona! ¿Extraßaba a las chicas? Benny siguiÑ comiendo; era mÀs sordo que una tapia. - ¡Saludos, anciana dama! ¿Para quÈ quiero a las chicas si tengo frente a mÌ a una mujer de veras? Benny, finalmente, notÑ su presencia y contorsionÑ en una sonrisa de bienvenida aquella cara horrible, cubierta de cicatrices azules y purpÇreas. - ¡Hola, patrÑn! ¿Lo trajo la lluvia? Noonan sonriÑ como respuesta y agitÑ la mano. No le gustaba hablar con Benny; habÌa que gritar constantemente. - ¿DÑnde estÀ mi gerente, compaßeros? - preguntÑ. - En su cuarto - respondiÑ Madame -. Tiene que pagar maßana los impuestos. - ¡Oh, esos impuestos! Bueno. Madame, por favor, busque a mi favorita. En seguida vuelvo. Caminando silenciosamente sobre la gruesa alfombra sintÈtica, cruzÑ el salÑn y las puertas encortinadas de los cubÌculos; junto a cada una habÌa una flor pintada en la pared. EntrÑ en el silencioso pasillo sin salida y abriÑ sin golpear la puerta tapizada en cuero. Mosul Kitty estaba sentado al escritorio, examinando en el espejo una dolorosa lastimadura que tenÌa en la nariz. Le importaba un bledo tener que pagar los impuestos al dÌa siguiente. En el escritorio, completamente despejado, no habÌa mÀs que una jarra con ungÝento de mercurio y un vaso con cierto liquido claro. Mosul Kitty alzÑ hacia Noonan los ojos irritados y se levantÑ de un salto, dejando caer el espejo. Noonan, sin decir palabra, se sentÑ en el sillÑn, frente a Èl, y lo observÑ en silencio, oyÈndole murmurar algo sobre la maldita lluvia y su reumatismo. DespuÈs dijo: - Por quÈ no cierras la puerta, amigo. Mosul corriÑ hasta la puerta cacheteando el piso con los pies planos; hizo girar la llave y volviÑ al escritorio. InclinÑ sobre Noonan la cabeza peluda, fija en su boca la mirada leal. Noonan seguÌa mirÀndolo con los ojos medio cerrados; recordÑ entonces, por alguna razÑn, que el verdadero nombre de Mosul Kitty era Rafael. Aquel hombre era famoso por sus grandes pußos huesudos, purpÇreos y desnudos entre el grueso vello que le cubrÌa los brazos como una manga. Se habla puesto el apodo de Kitty porque estaba convencido de que era el nombre tradicional de los grandes reyes mongoles. Rafael. Bueno, Rafaelito, comencemos. - ¿CÑmo andan las cosas? - preguntÑ gentilmente. - Todo en orden, jefe - replicÑ velozmente Rafael Mosul. - ¿Arreglaste el problema con la comisarÌa? - CostÑ ciento cincuenta. Todo el mundo estÀ contento. - SaldrÀ de tu bolsillo. Fue culpa tuya, amigo. TenÌas que encargarte de eso. Mosul puso cara patÈtica y extendiÑ las manos en seßal de sumisiÑn. - Hay que cambiar el parquet del salÑn - dijo Noonan. - Lo haremos. Noonan hizo una pausa, arrugando los labios. - ¿BotÌn? - preguntÑ, bajando la voz. - Hay un poco - respondiÑ Mosul, tambiÈn en voz baja. - Veamos. Mosul corriÑ a la caja fuerte, sacÑ un paquete y lo abriÑ sobre el escritorio, frente a Noonan. èste revolviÑ con un dedo el montÑn de gotitas negras; recogiÑ un brazalete y lo examinÑ por todos lados a antes de volver a ponerlo allÌ. - ¿Nada mÀs? - No traen - explicÑ Mosul, culpable. - AsÌ que no traen - repitiÑ Noonan. ApuntÑ con cuidado y clavÑ la punta del pie, con toda su fuerza, en la espinilla de Mosul. Este, grußendo, se agachÑ para agarrarse el lugar dolorido, pero inmediatamente volviÑ a erguirse, en posiciÑn de firme. Noonan saltÑ, aferrÑ a Mosul por el cuello y se acercÑ soltando patadas, haciendo girar los ojos, susurrando obscenidades. Mosul gemÌa y grußÌa, echando la cabeza hacia atrÀs como un caballo asustado; retrocediÑ de ese modo hasta caer en el sofÀ. - AsÌ que trabajas para los dos bandos, ¿eh? GrandÌsimo hijo de puta - siseÑ Noonan, bien frente a sus ojos aterrorizados -. Cuervo Burbridge estÀ nadando en botÑn y tÇ me traes cuentitas envueltas en papel. Le dio una bofetada en pleno rostro, tratando de golpearle la magulladura de la nariz. - Te harÈ meter en la cÀrcel. TendrÀs que dormir sobre estiÈrcol y comer pan duro. ¡Vas a maldecir el dÌa en que naciste! Otro golpe a la nariz lastimada. - ¿De dÑnde saca Burbridge el botÌn? ¿Por quÈ se lo llevan a Èl y no a ti? ¿QuiÈn lo trae? ¿CÑmo es posible que yo no sepa nada? ¿Para quiÈn trabajas, cerdo asqueroso? ¡Habla! Mosul abriÑ y cerrÑ la boca, mudo. Noonan lo dejÑ ir, volviÑ a la silla y puso los pies sobre el escritorio. - ¿Y? - preguntÑ. Mosul sorbiÑ la sangre que le chorreaba de la nariz y dijo: - De veras, patrÑn, ¿quÈ pasa? ¿QuÈ botÌn puede tener Cuervo? No tiene nada. Nadie tiene. - ¡QuÈ! ¿Vas a discutir conmigo? - preguntÑ suavemente Noonan, bajando los pies. - No, no, patrÑn, de veras - fue la apresurada respuesta -. ¿Yo, discutir con usted? ¡Ni soßarlo! - Voy a deshacerme de ti - amenazÑ Noonan -. No sabes trabajar. ¿Para quÈ diablos te quiero, grandÌsimo tal por cual? Tipos como tÇ hay por docenas. Lo que necesito es un hombre de verdad, que sepa moverse. - Espere, patrÑn - replicÑ Mosul razonablemente, untÀndose toda la cara con sangre -. ¿Por quÈ me ataca asÌ, tan de pronto? Hablemos un poco. Se tocÑ la nariz cautelosamente y agregÑ: - Usted dice que Burbridge tiene botÌn a montones. No sÈ, pero alguien le ha estado mintiendo. En estos dÌas nadie tiene botÌn. DespuÈs de todo, ahora sÑlo los novatos entran a la Zona y son los Çnicos que salen. No, patrÑn, alguien le ha mentido. Noonan lo observaba disimuladamente. Al parecer Mosul, en verdad, nada sabÌa. De cualquier modo no le habrÌa convenido, mentir; Cuervo Burbridge no pagaba muy bien. - Esos picnics, ¿dejan ganancias? - ¿Los picnics? No creo. No es como para nadar en plata. Pero ya no queda nada que dÈ ganancias en esta ciudad. - ¿DÑnde se hacen esos picnics? - ¿DÑnde? Bueno, en diferentes lugares. Junto a la Montaßa Blanca, en las Fuentes TermalcÀ, en el lago Arcoiris... - ¿QuiÈnes son los clientes? - ¿Los clientes? - Mosul olfateÑ, parpadeÑ y hablÑ en tono confidencial -. Si piensa dedicarse usted tambiÈn a ese negocio, patrÑn, no se lo aconsejo. No podrÀ competir mucho contra Cuervo. - ¿Por quÈ? - Los clientes de Cuervo son los cascos azules, para empezar - respondiÑ el grandote, contando los argumentos con los dedos -. DespuÈs, oficiales del puesto de comando. DespuÈs, los turistas del Metropole, el Lirio Blanco y el Plaza. AdemÀs hace mucha propaganda. Hasta los de aquÌ van con Èl. De veras, patrÑn, no vale la pena mezclarse en este negocio. Tampoco nos paga mucho por las chicas, usted ya sabe. - ¿AsÌ que los de aquÌ tambiÈn van con Èl? - La gente joven, en su mayorÌa. - Bueno, ¿quÈ pasa en esos picnics? - ¿QuÈ pasa? Vamos en Ñmnibus, ¿entiende? Y cuando llegamos todo estÀ listo: mesas, carpas, mÇsica... Y todos la disfrutan. Los oficiales suelen ir con las muchachas. Los turistas van a mirar la Zona; si es en Fuentes Termales la Zona estÀ a un tiro de piedra, del otro lado del CaßÑn Sulfuroso. Cuervo ha desparramado unos cuantos huesos de caballo por ahÌ y se los muestra con binoculares. - ¿Y los de aquÌ? - ¿Los de aquÌ? Bueno, eso no les interesa, por supuesto.. Se divierten de otro modo. - ¿Y Burbridge? - ¿Burbridge? Burbridge... es como cualquier otro. - ¿Y tÇ? - ¿Yo? Yo soy como cualquier otro. Vigilo que nadie lastime a las chicas y... bueno, como cualquier otro, mÀs o menos. - ¿Y cuÀnto dura todo eso? - Depende. A veces tres dÌas, a veces una semana entera. - ¿Y cuÀnto cuesta ese viaje de placer? - preguntÑ Noonan, ya pensando en algo completamente distinto. Mosul respondiÑ, pero Èl no le prestÑ atenciÑn. AhÌ estÀ la cosa, pensaba; varios dÌas, varias noches; en esas condiciones es simplemente imposible vigilar a Burbridge, por mucho que se quiera. Pero seguÌa sin entender. Burbridge no tenÌa piernas, y allÌ estaba el barranco. No, habÌa algo mÀs. - Entre los de aquÌ, ¿quiÈnes son los clientes habituales? - ¿Entre los de aquÌ? Ya se lo dije, los jÑvenes, en su mayor parte. Ya sabe, Halevy, Rajba, el Pollo Tsapfa, ese muchacho, Zmyg... El MaltÈs tambiÈn va con frecuencia. Un lindo grupito. Le dicen la escuela dominical. ¿Vamos a la escuela dominical?, dicen. Se dedican a las seßoras grandes y hacen bastante dinero. Algunas fulanas viejas que vienen de Europa... - La escuela dominical... - repitiÑ Noonan. Se le habÌa ocurrido un pensamiento extraßo. Escuela. Se levantÑ. - Muy bien - dijo -. Al diablo con los picnics. Eso no es para nosotros. Pero entiÈndeme bien: Cuervo tiene botÌn y ese negocio es nuestro, amigo. Busca, Mosul, busca o te echarÈ a los perros. DÑnde lo consigue, quiÈn se lo da. DescÇbrelo y daremos un veinte por ciento mÀs. ¿Entiendes? - Entiendo, patrÑn. Mosul tambiÈn estaba de pie, en posiciÑn de firme, con la lealtad pintada en el rostro manchado de sangre. - ¡MuÈvete! ¡Usa el cerebro, animal! - le gritÑ Noonan al marcharse. Ya en el bar tomÑ rÀpidamente su aperitivo, charlÑ un rato con Madame sobre la decadencia moral, sugiriÑ que planeaba agrandar el negocio y, bajando la voz para lograr mÀs Ènfasis, le pidiÑ consejo sobre lo que podÌa hacer con Benny; el pobre estaba viejo, sordo y lento de reacciones; ya no se movÌa como antes. Ya eran las seis y tenÌa hambre. Un pensamiento le daba vueltas en el cerebro, salido de la nada, pero capaz de explicar muchas cosas. En realidad ya se habÌan aclarado muchas; estaba desapareciendo el aura mÌtica que tanto lo irradiaba y lo fastidiaba en ese asunto. SÑlo quedaba en Èl la desilusiÑn de no haber calculado antes esa posibilidad. Pero lo mÀs importante era eso que seguÌa flotando en su cabeza sin darle paz. Se despidiÑ de Madame, estrechÑ la mano a Benny y fue directamente al Borscht. El problema es que no nos damos cuenta de cÑmo se van los aßos, pensÑ. Al diablo con los aßos; no nos damos cuenta de que todo cambia. Sabemos que todo cambia, nos enseßan desde chicos que todo cambia y vemos cambiar las cosas con nuestros propios ojos, muchas veces; sin embargo somos totalmente incapaces de reconocer el momento en que el cambio se produce, o lo buscamos donde no estÀ. Ahora hay nuevos merodeadores, creados por la cibernÈtica. El antiguo merodeador era un tipo sucio y sombrÌo, que se arrastraba centÌmetro a centÌmetro por la Zona, de panza, con tozudez de mula, juntando su botÌn. El nuevo merodeador es un pisaverde de corbata fina, un ingeniero que se sienta a dos kilÑmetros de la Zona con un cigarrillo en la boca y un buen vaso al lado, sin nada que hacer, salvo vigilar unas pocas pantallas. Un caballero a sueldo. Muy lÑgico. Tan lÑgico que a nadie se le ocurren las otras posibilidades. Pero hay otras posibilidades: la escuela dominical, por ejemplo. Y de pronto, desde la nada, surgiÑ una oleada de desesperaciÑn que lo tragÑ por completo. Todo era inÇtil, sin sentido. Dios mÌo, pensÑ, ¡no podremos hacer nada! ¡No tenemos fuerzas para combatir esta plaga! No porque trabajemos mal, ni porque ellos sean mÀs inteligentes, sino porque as! es el mundo; y asÌ estÀ el hombre en el mundo. Si nunca hubiÈramos tenido una VisitaciÑn habrÌa sido otra cosa. Los cerdos siempre encuentran el barro. El Borscht estaba encendido y de Èl brotaba un olor delicioso. TambiÈn el Borscht habÌa cambiado; ya no habÌa baile ni diversiones; Gutalin no iba mÀs, lo habÌan hecho a un lado. Y si Redrick Schuhart hubiera asomado la nariz, probablemente se habrÌa marchado haciendo una mueca. Ernest seguÌa en la jaula; era la vieja, su mujer, la que finalmente habÌa vuelto a poner en marcha el local, con una clientela sÑlida y estable. Todo el personal del instituto almorzaba allÌ, incluyendo a los funcionarios mÀs importantes. Los reservados eran bonitos; la comida, buena; los precios, razonables; la cerveza, burbujeante. Una buena taberna a la usanza antigua. Noonan descubriÑ a Valentine Pilman en uno de los reservados. El laureado cientÌfico tomaba cafÈ y leÌa una revista doblada en dos. Noonan se acercÑ, preguntando: - ¿Puedo sentarme con usted? Valentine volviÑ hacia Èl sus anteojos oscuros. - Ah, sÌ, por favor. - Un segundo. Primero voy a lavarme. Acababa de recordar lo de la nariz de Mosul. AllÌ lo conocÌan bien. Cuando volviÑ al reservado de Valentine, le esperaba un plato de embutidos humeantes y una jarra de cerveza, ni frÌa ni caliente, como a Èl le gustaba. Valentine dejÑ la revista y tomÑ un sorbo de cafÈ. - EscÇcheme, Valentine - dijo Noonan, cortando la carne -. ¿CÑmo piensa que terminarÀ todo esto? - ¿QuÈ cosa? - La VisitaciÑn. Las Zonas, los merodeadores, los complejos militar-industriales... todo. ¿CÑmo puede terminar? Valentine lo mirÑ por largo rato con sus lentes negras impenetrables. - ¿Para quiÈn? Especifique. - Bueno, digamos que para nuestro sector del planeta. - Eso depende de la suerte que tengamos. Ahora sabemos que en nuestro sector del planeta la VisitaciÑn no dejÑ efectos posteriores, en su mayor parte. Eso no descarta, por supuesto, la posibilidad de que al sacar todas esas castaßas del fuego saquemos algo que arruine la vida, no sÑlo la nuestra sino la de todo el planeta. Eso serÌa mala suerte. Pero admitirÀ usted que esa amenaza pende siempre sobre la humanidad. RiÑ entre dientes y prosiguiÑ: - Le dirÈ: hace tiempo he perdido el hÀbito de hablar sobre la humanidad en general. La humanidad, como un todo, es un sistema demasiado fijo; no hay modo de cambiarlo. - ¿Le parece? Puede ser, quiÈn sabe. - Sea sincero, Richard - dijo Valentine, obviamente entretenido -. ¿En quÈ ha cambiado su vida con la VisitaciÑn? Usted es un hombre de negocios. Ahora sabe que hay al menos otra criatura racional en el universo, ademÀs del hombre. - ¿QuÈ puedo decirle? Noonan hablaba en murmullos. Lamentaba haber iniciado la conversaciÑn; no habÌa nada de quÈ hablar. - ¿QuÈ ha cambiado para mÌ? - prosiguiÑ -. Bueno, desde hace varios aßos me siento intranquilo, inseguro. Bien. Ellos vinieron y se fueron en seguida. ¿QuÈ pasarÌa si volvieran y decidieran quedarse? Como hombre de negocios debo tomar esta cuestiÑn en serio: quiÈnes son, cÑmo vinieron y quÈ necesitan. En el nivel mÀs bÀsico, tengo que pensar en cÑmo cambiar mi producciÑn. Debo estar preparado. ¿Y si yo resultara ser totalmente superfluo en el sistema de ellos? Noonan se iba animando. - ¿Y si todos somos superfluos? - continuÑ - Escuche, Valentine, ya que estamos hablando de esto, ¿hay respuesta para estas preguntas? ¿QuiÈnes son, quÈ quieren, y si regresarÀn? - Hay respuestas - dijo Valentine, sonriendo -. Montones de respuestas. Puede elegir. - Y usted, ¿quÈ piensa? - A decir verdad nunca me permitÌ el lujo de pensar seriamente en eso. Para mÌ la VisitaciÑn es, fundamentalmente, un acontecimiento Çnico que nos permite saltar varios escalones en el proceso del conocimiento. Como un viaje al futuro de la tecnologÌa. Como si un generador cuÀntico fuera a parar al laboratorio de Isaac Newton. - Newton no habrÌa entendido nada. - Se equivoca. Newton era muy perspicaz. - ¿De veras? Bueno, de cualquier modo, quiÈn habla de Newton. ¿QuÈ piensa de la VisitaciÑn? Puede contestar en broma. - De acuerdo, le dirÈ. Pero debo advertirle que su pregunta, Richard, cae bajo el rÑtulo de la xenologÌa. XenologÌa: mezcla artificial de ciencia ficciÑn y lÑgica formal. Se basa en la premisa falsa de que la psicologÌa humana es aplicable a los seres inteligentes extraterrestres. - ¿Falsa por quÈ? - preguntÑ Noonan. - Porque los biÑlogos ya se han roto el seso tratando de aplicar la psicologÌa humana a los animales. Y eran animales terrÀqueos. - PerdÑneme, pero este asunto es muy distinto. Estamos hablando de la psicologÌa de seres racionales. - Si, y todo estarÌa muy bien si supiÈramos al menos quÈ es la razÑn. - ¿No lo sabemos? - preguntÑ Noonan, sorprendido. - CrÈase o no, no lo sabemos. Por lo comÇn se emplea una definiciÑn trivial: la razÑn es la parte de la actividad humana que diferencia al hombre de los animales. Es como un intento de distinguir al amo del perro, que comprende todo pero no puede hablar. En realidad, esta definiciÑn trivial da origen a otra mÀs ingeniosa, basada en la amarga observaciÑn de las actividades humanas ya mencionadas. Por ejemplo: la razÑn es la capacidad que permite a una criatura viva llevar a cabo actos irracionales o antinaturales. - Si, eso se refiere a nosotros, a mÌ y a los que son como yo - concordÑ Noonan, amargamente. - Por desgracia. O quÈ le parece esta definiciÑn hipotÈtica: la razÑn es una especie de instinto complejo que aÇn no se ha formado del todo. Eso implica que la conducta instintiva es siempre natural y que persigue un fin. Dentro de un millÑn de aßos nuestro instinto habrÀ madurado y dejaremos de cometer los errores que probablemente debemos a la razÑn. Y entonces, si algo cambiara en el universo, todo -; nos extinguirÌamos..., precisamente porque habrÌamos olvidado cÑmo cometer errores, es decir, cÑmo intentar varios enfoques que no han sido estipulados por un programa inflexible de alternativas permitidas - Usted se las arregla para que suene despectivo. - De acuerdo, probemos con otra definiciÑn, una muy noble y sublime. La razÑn es la capacidad de utilizar las fuerzas del medio sin destruir ese medio. Noonan hizo una mueca y sacudiÑ la cabeza. - No, eso no se refiere a nosotros. ¿QuÈ. le parece Èsta? El hombre, a diferencia del animal, es una criatura dotada de una indefinible necesidad de conocimiento. Lo leÌ en alguna parte. - Yo tambiÈn. Pero el problema consiste en que el hombre comÇn (ese en que usted piensa al hablar de "nosotros" y "los otros") supera con mucha facilidad esa necesidad de conocimiento. Ni siquiera creo que haya tal necesidad. La hay, sÌ, pero de comprender, y para eso no hace falta el conocimiento. La hipÑtesis de Dios, por ejemplo, nos proporciona una oportunidad incomparablemente absoluta de comprenderlo todo sin conocer nada. Da al hombre un sistema muy simplificado del mundo y explica todos sus fenÑmenos sobre la base de ese sistema. Esa clase de enfoques no requiere conocimiento de ninguna especie. SÑlo unas pocas fÑrmulas aprendidas de memoria, mÀs lo que la gente llama intuiciÑn y lo que llama sentido comÇn. - Un momento - dijo Noonan. TerminÑ su cerveza y depositÑ ruidosamente la jarra sobre la mesa. DespuÈs contestÑ: - No se salga del tema. Volvamos al tema de nuestra conversaciÑn. El hombre se encuentra con una criatura extraterrestre. ¿CÑmo descubren ambos que los dos son criaturas racionales? - No tengo la menor idea - dijo Valentine, con gran placer -. Todo lo que he leÌdo sobre ese tema cae en un cÌrculo vicioso. Si son capaces de establecer contacto, son racionales. Y viceversa; si son racionales son capaces de establecer contacto. Y en general: si una criatura extraterrestre tiene el honor de dominar una psicologÌa humana, es racional. Una cosa asÌ. - ¿Ah, sÌ? ¡Y yo creÌa que ustedes tenÌan todo bien acomodado, cada cosa en su casillero! - Los monos tambiÈn pueden poner cosas en casilleros - replicÑ Valentine. - No, espere - exclamÑ Noonan, sintiÈndose defraudado por algÇn motivo -. Si no saben cosas tan simples como Èsa... Bueno, al diablo con la razÑn. Por lo visto es un verdadero pantano. Okey, pero ¿quÈ pasa con la VisitaciÑn? ¿QuÈ piensa usted de la VisitaciÑn? - SerÀ un placer. Imagine un picnic. Noonan se estremeciÑ. - ¿QuÈ dijo? - Un picnic. Imagine un bosque, una pradera. Un coche sale de la ruta y se de Èl baja un grupo de gente joven, con botellas, cestos de comida, radios a transistores y mÀquinas fotogrÀficas. Encienden fuego, arman carpas, ponen mÇsica. Por la maßana se marchan. Los animales, los pÀjaros y los insectos que los han estado observando horrorizados durante la larga noche vuelven a salir de sus escondrijos. ¿Y con quÈ se encuentran? Nafta y aceite derramados en el pasto. VÀlvulas y filtros usados, estropajos, bombitas quemadas y alguna llave inglesa que alguien olvidÑ. Manchas de aceite en el estanque. Y tambiÈn, por supuesto, las basuras de costumbre: corazones de manzana, envolturas de caramelos, restos chamuscados de la hoguera, latas, botellas, un paßuelo, una navaja, periÑdicos destrozados, monedas, flores marchitas recogidas en otra pradera. - Ya entiendo; un picnic junto al camino. - Precisamente. Un picnic junto a algÇn camino del cosmos. Y usted pregunta si van a volver. - DÈjeme fumar un cigarrillo. ¡Maldita sea esta seudociencia! Lo habÌa imaginado todo muy distinto. - EstÀ en su derecho. - Eso significa que ni siquiera repararon en nosotros. - ¿Por quÈ? - Bueno al menos que no nos prestaron atenciÑn. - En su lugar, yo no me preocuparÌa por eso, ¿sabe? Noonan aspirÑ el humo, tosiÑ y arrojÑ el cigarrillo. - No me preocupo - dijo, terco -. No puede ser asÌ. ¡Malditos sean todos ustedes, los cientÌficos! ¿De dÑnde sacan tanto disgusto con respecto al hombre? ¿Por quÈ tratan siempre de poner a la humanidad por el suelo? - Un momento - dijo Valentine -. Escuche: - y citÑ: - "¿Me Pregunta usted en quÈ consiste la grandeza del hombre? ¿En que recrea la naturaleza? ¿En que domina las fuerzas cÑsmicas? ¿En que conquistÑ el planeta en poco tiempo y abriÑ una ventana al universo? ¡No! En que, a pesar de todo eso, ha sobrevivido y tiene intenciones de seguir sobreviviendo en el futuro". Hubo un silencio. Noonan pensaba. - No se deprima - le dijo Valentine, con amabilidad -, Eso del picnic es una teorÌa mÌa, nada mÀs. Ni siquiera una teorÌa: imaginaciÑn, simplemente. Los xenÑlogos serios estÀn trabajando en versiones mucho mÀs consistentes y halagadoras para la vanidad humana. Por ejemplo, que todavÌa no se produjo la VisitaciÑn, sino que estÀ por venir. Una cultura altamente racional arrojÑ envases con artefactos de su civilizaciÑn hacia la Tierra. Esperan que estudiemos esos artefactos, que demos un gigantesco salto tecnolÑgico y que enviemos una seßal de respuesta, indicando que estamos listos para el contacto. ¿Le gusta Èsa? - Es mucho mejor. Veo que, despuÈs de todo, entre los cientÌficos hay gente decente. - AquÌ tiene otra. La VisitaciÑn ha tenido lugar, pero no ha terminado, ni por asomo. Estamos en contacto incluso mientras hablamos, aunque no tenemos conciencia de ello. Los visitantes viven en la Zona y nos observan cuidadosamente, mientras nos preparan para las crueles maravillas del futuro. - ¡Ahora comprendo! Al menos eso explicarÌa la misteriosa actividad que hay en las ruinas de la fÀbrica. A propÑsito, su picnic no explica eso. - ¿CÑmo que no? Alguna de las nißas pudo olvidar su osito a cuerda en la pradera. - ¡Vamos! ¡Lindo osito! ¡Hace temblar la tierra a su alrededor! ¿QuÈ le parece si tomamos una cerveza? ¡Rosalie! ¡Dos cervezas para los xenÑlogos! Es muy agradable charlar con usted, ¿sabe? Me despeja el cerebro, como si echara sal Inglesa en el crÀneo. Uno trabaja y trabaja, y acaba por olvidar para quÈ, y lo que pasa, y cÑmo disfrutar de la vida. Vino la cerveza. Noonan tomÑ un sorbo, mirando a Valentine por sobre la corona de espuma. èste examinaba su jarrita con cara de disgusto. - ¿No le gusta? - Generalmente no bebo - respondiÑ Valentine, no muy seguro. - ¿En serio? - ¡Al diablo con todo! - exclamÑ el cientÌfico, apartando la jarra de cerveza -. Ya que estamos, pÌdame un coßac. - ¡Rosalie! - volviÑ a llamar Noonan, ya alegre. LlegÑ el coßac. - Pero, en verdad, ustedes no deberÌan seguir asÌ - dijo Noonan -. No hablo de su picnic, que ya es demasiado; pero aunque aceptemos la versiÑn de que esto es un preludio al contacto, sigue sin gustarme. Comprendo eso de los brazaletes y los vacÌos, pero ¿quÈ sentido tienen la jalea de brujas, las ronchas de mosquitos y esa horrible pelusa? - PerdÑn - dijo Valentine, tomando una rodaja de limÑn -. No comprendo esa terminologÌa. ¿QuÈ roncha? Noonan se echÑ a reÌr. - Son tÈrminos populares, el argot de los merodeadores, lo que se usa en el comercio. Las ronchas de mosquitos son las zonas de gravitaciÑn acentuada. - Ah, los graviconcentrados. Gravedad dirigida. Eso es algo de lo que me gustarÌa hablar durante un par de horas, pero usted no comprenderla una palabra. - ¿Por quÈ no? Soy ingeniero, ¿sabe? - Porque yo mismo no entiendo. Tengo sistemas de ecuaciones, pero no la forma de interpretarlas. Y la jalea de brujas, ¿es el gas coloidal? - Exactamente. ¿OyÑ hablar de esa catÀstrofe en los laboratorios Currigan? - Algo me dijeron. - Esos idiotas pusieron un envase de porcelana con esa jalea en un cuarto especial, completamente aislados. Es decir, ellos creyeron que estaba aislado. Y cuando abrieron el envase, mediante manipuladores, la jalea atravesÑ el metal y el plÀstico y pasÑ afuera, como agua por un colador. Todo lo que tocÑ se convirtiÑ tambiÈn en jalea. Murieron treinta y cinco personas, hubo mÀs de cien heridos que quedaron lisiados y todo el edificio quedÑ destruido. ¿ConocÌa las instalaciones? ¡MagnÌficas! Ahora la jalea se ha filtrado hasta el sÑtano y los pisos inferiores. Lindo preludio para un contacto. Valentine hizo una mueca. - SI, estaba enterado de todo eso. Pero estaremos de acuerdo, Richard, en que los visitantes no tuvieron nada que ver con eso. No podÌan conocer la existencia de nuestros complejos de industria militar. - Debieron saberlo - insistiÑ Noonan, - Tal vez ellos responderÌan que esos complejos hace tiempo debieron haber desaparecido. - Seguro. Y ellos mismos debieron encargarse de eso, ya que son tan poderosos. - ¿Sugiere usted una interferencia en los asuntos internos de la raza humana? - ¡Hum! - farfullÑ Noonan -. Creo que estamos llegando demasiado lejos. DejÈmoslo asÌ. Propongo que volvamos al principio de nuestra discusiÑn. ¿CÑmo terminarÀ todo esto? Usted, por ejemplo; es cientÌfico. ¿Tiene esperanzas de que obtengamos algo fundamental de la Zona, algo que altere la ciencia, la tecnologÌa, nuestro modo de vida? Valentine se encogiÑ de hombros. - Se equivoca de puerta, Richard. No me gusta fantasear porque sÌ. Cuando el tema es serio prefiero volverme a un saludable y prudente escepticismo. BasÀndonos en lo que ya hemos recibido hay un amplio espectro de posibilidades; no puedo decir nada concreto. - Muy bien, probemos otro enfoque. SegÇn su opiniÑn: ¿quÈ hemos recibido hasta ahora? - Le parecerÀ divertido, pero es muy poco. Hemos desenterrado muchos milagros; en unos pocos casos descubrimos cÑmo emplear esos pocos milagros en provecho propio. Un mono oprime un botÑn rojo y obtiene una banana; oprime uno blanco y obtiene una naranja; pero no sabe cÑmo obtener bananas y naranjas sin los botones. Tampoco entiende quÈ relaciÑn tienen los botones con la fruta. FÌjese en los asÌ-asÌ, por ejemplo. Descubrimos el modo de emplearlos. Hasta llegamos a descubrir las circunstancias bajo las cuales se multiplican, por un proceso similar a la divisiÑn celular. Pero todavÌa no hemos podido hacer un solo asÌ-asÌ. Ni siquiera sabemos cÑmo funcionan, y a juzgar por las evidencias actuales pasarÀ mucho tiempo antes de que lo sepamos, "Lo dirÈ de otro modo. Hay objetos a los cuales hemos hallado utilidad. Los empleamos, pero casi con seguridad no les damos el uso que les daban los visitantes. Estoy seguro de que en la gran mayorÌa de los casos estamos martillando clavos con microscopios. Pero al menos damos utilidad a algunas cosas: los asÌ-asÌ y los brazaletes, con los que estimularnos los procesos vitales. Y varios tipos de masas cuasi biolÑgicas, que han provocado una revoluciÑn en la medicina. Hemos recibido nuevos tranquilizantes nuevos tipos de fertilizantes minerales, que son una novedad en la agricultura. Pero para quÈ hacer una lista. Usted lo sabe mejor que yo; veo que usa un brazalete. Digamos que este grupo de objetos es benÈfico. Se puede decir que han beneficiado a la humanidad en cierto grado, aunque no debemos olvidar que, en nuestro mundo euclidiano, cada palo tiene dos extremos. - ¿Aplicaciones indeseables? - Exactamente. Por ejemplo, el uso de los asÌ-asÌ en la industria bÈlica. Pero no es de eso de lo que estoy hablando. Ya se ha estudiado y explicado, mÀs o menos, el efecto de los objetos benÈficos. Nuestra tecnologÌa avanza. Dentro de cincuenta aßos, o mÀs, sabremos cÑmo fabricarlos por nuestra cuenta y podremos roer huesos a gusto. Pero con el otro grupo de objetos las cosas son mÀs complicadas, porque no les hemos hallado aplicaciÑn; sus cualidades, en el marco de nuestros conceptos presentes, nos son definitivamente incomprensibles. Las trampas magnÈticas, por ejemplo. Sabemos que son trampas magnÈticas; Panov lo probÑ con mucha inteligencia, Pero no conocemos la fuente de ese poderoso campo magnÈtico, ni quÈ causa su superestabilidad. En lo que a ellos se refiere, no entendemos nada. SÑlo podemos tejer fantÀsticas teorÌas acerca de propiedades del espacio que hasta ahora no hablamos sospechado. O el K-23. ¿CÑmo lo llaman? Esas lindas cuentas negras que se usan en joyerÌa. - Gotitas negras. - Eso es, las gotitas negras. El nombre es adecuado. Bueno, usted ya conoce sus propiedades. Si uno proyecta un rayo de luz en una de esas cuentas, la transmisiÑn de la luz se demora, y esa demora depende del peso de la cuenta y de varios parÀmetros mÀs. Y la unidad de luz que sale es siempre menor que la entrada. ¿QuÈ es esto? ¿Por quÈ se produce? Hay una descabellada teorÌa, segÇn la cual las gotitas negras son gigantescas expansiones de espacio con propiedades distintas a las del nuestro, y que se han comprimido bajo la influencia de nues